Lectura orante de Marcos 7,1-8.14-15.21-23
"Este
pueblo me honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí"
Lecturas: Dt 4,1-2.6-8; Sal 14; St
1,17-18.21b-22.27; Mc 7,1-8.14-15.21-23
2 de Septiembre de 2012
2 de Septiembre de 2012
Invocación al Espíritu
Espíritu de vida,
de la vida sin fronteras,
hasta los pastos abundantes
donde tu Palabra quiera conducirme,
hasta las fuentes
que has preparado para mí;
para que yo me sacie de tu presencia
y goce con la sobreabundancia de tus dones.
Sorpréndeme, Espíritu de vida
y, una vez más, que tu Palabra me guíe
donde jamás hubiera soñado.
Tú que eres Don
derrámate sobre mí
y desbórdame con tu hermosa y rica presencia.
Derrámate
y consuélanos con tu amable llegada.
1. Leemos Marcos 7,1-8.14-15.21-23
En aquel
tiempo, 1se acercó a Jesús un grupo de fariseos con algunos letrados
de Jerusalén 2y vieron que algunos discípulos comían con manos
impuras (es decir, sin lavarse las manos).
(3Los fariseos, como los demás judíos, no comen sin lavarse antes
las manos, restregando bien, aferrándose a la tradición de sus mayores, 4y
al volver de la plaza no comen sin lavarse antes, y se aferran a otras muchas
tradiciones, de lavar vasos, jarras y ollas).
5Según eso, los fariseos y los letrados preguntaron a Jesús:
- ¿Por qué
comen tus discípulos con manos impuras y no siguen la tradición de los mayores?
6Él les
contestó:
- Bien
profetizó Isaías de vosotros, hipócritas, como está escrito: «Este pueblo me
honra con los labios, pero su corazón está lejos de mí. 7El culto
que me dan está vacío, porque la doctrina que enseñan son preceptos humanos». 8Dejáis
a un lado el mandamiento de Dios para aferraros a la tradición de los hombres.
14En otra
ocasión, llamó Jesús a la gente y les dijo:
- Escuchad y
entended todos: 15Nada que entre de fuera puede hacer al hombre
impuro; lo que sale de dentro es lo que hace impuro al hombre. 21Porque
de dentro, del corazón del hombre, salen los malos propósitos, las
fornicaciones, robos, homicidios, 22adulterios, codicias,
injusticias, fraudes, desenfreno, envidia, difamación, orgullo, frivolidad. 23Todas
esas maldades salen de dentro y hacen al hombre impuro.
Orientaciones
para la lectura
Sugerencias para una lectura atenta:
Lee seguido
todo el pasaje de Marcos 7,1-23 y cae en la cuenta de lo siguiente:
- ¿Quiénes son los protagonistas de los diálogos que aparecen en el texto?
- ¿Cuáles son los términos que más se repiten?
- Fíjate en las contraposiciones que se establecen en el diálogo entre Jesús y sus interlocutores:
- puro /
impuro
- tradición
/ mandamiento de Dios o palabra de Dios
- fuera del
hombre / dentro del hombre
- Según esto, ¿cómo resumirías el tema central del pasaje?
- Fíjate en la incomprensión que muestran los fariseos y los discípulos en relación a Jesús y a su modo de pensar y actuar, según los versículos 6 y 18.
- ¿Conoces otros episodios del mismo evangelio en donde aparezca esa misma actitud de incomprensión, tanto en los fariseos como en los discípulos. Puedes leer los siguientes pasajes:
-
Incomprensión de los fariseos: Mc 2,7.16.18.24; 3,2.22
-
Incomprensión de los discípulos: Mc 4,13; 6,52; 7,18; 8,14-18
Quédate
ahora, simplemente, con la palabra o la frase que más te haya impresionado y
repítela en tu corazón de forma lenta y atenta.
Pasa, poco a
poco, a confrontarla con tu vida, preguntándote de qué manera el evangelio de
hoy es una buena noticia para ti en este momento, de qué modo alimenta tu fe o
cuestiona tu modo de vivirla.
2. Meditamos la Palabra
Dejamos atrás el discurso del Pan de vida, que recoge el capítulo sexto del
evangelio de Juan; éste ha guiado nuestros pasos en los cinco últimos domingos
y ahora volvemos a retomar el de Marcos, que nos acompañará hasta el penúltimo
domingo del tiempo ordinario de este ciclo B.
Una vez más, Jesús se ve
rodeado de fariseos y letrados “bienintencionados” que se le acercan; sin duda,
más de uno estará atraído, cuestionado por este personaje tan fascinante que es
Jesús, pero les cuesta reconocerlo, dejarse seducir y dar su brazo a torcer.
Prefieren que su dureza de corazón y sus numerosos reglamentos orienten y
dominen sus vidas y desde ahí miran a los hombres y los juzgan, y no digamos a
Jesús y a sus seguidores.
Los fariseos se acercan
para juzgar, para condenar la actitud de los discípulos, o mejor dicho, los
actos, porque ellos sólo pueden ver externamente y, además, su mirada es corta.
Resulta que algunos discípulos de Jesús comen sin lavarse las manos y esto es
muy grave para los judíos, mientras que los discípulos ya han experimentado el
cambio que supone seguir a Jesús, han comprendido lo banal de las apariencias,
lo inútil de los puros actos externos.
Los fariseos se restriegan
bien las manos antes de comer, no se trata de un mero lavado de manos...
podemos imaginarnos la escena de estos hombres frotándose con fuerza,
detalladamente, a fondo... hasta llegar a cada pliegue de sus dedos y manos. La
pureza externa es muy importante para ellos. Dos veces seguidas cita el texto
el verbo "aferrarse" unido a “las tradiciones”. Son los numerosos
mandamientos y leyes que han recibido de sus mayores. ¡Qué importante es lavar
los vasos, las jarras y las ollas! ¡Cómo cuentan la limpieza, el orden, las
apariencias! ¡Qué bien tiene que estar todo ante los ojos!
Y llevados por su
obstinación y sus valores no dudan en preguntar al Maestro por lo que hacen los
discípulos. ¿Cómo puede ser que sus seguidores, siendo judíos, nacidos en la
tierra judía, habiéndose criado en la ley judía, no sigan unas tradiciones tan
relevantes que les han comunicado sus padres y se han trasmitido por
generaciones?
Y Jesús recurre al profeta
Isaías que, ya en su tiempo, tuvo que enfrentarse a un público similar. Y
llamándoles “hipócritas” con toda claridad les recuerda la Escritura:
“Este
pueblo me honra con los labios
pero su
corazón está lejos de mí.
El culto
que me dan está vacío.”
Honran con los labios.
¡Qué fácil es honrar con los labios! ¡Qué sencillo es abrir nuestra boca y
dirigir palabras a Dios, hablarle, pedirle e incluso pedir perdón y
justificarse! ¡Cuántas veces nuestras oraciones son meras palabras, fruto de la
rutina, de la costumbre, del cumplimiento e incluso de la apariencia!
En ocasiones nuestro
corazón puede estar muy lejos del Dios al que decimos adorar e invocar. Tal vez
nuestra voluntad recorra senderos distintos a aquellos por los que caminan los
designios de Dios. Quizás mis deseos se inflamen con anhelos muy contrarios a
los sueños de Dios sobre mí. Entonces mi culto estará hueco porque mis palabras
y mis obras discurren paralelos y nunca llegarán a encontrarse.
De nuevo alguien reprocha
a los judíos un culto vacío. Jesús pronuncia las palabras del profeta
abiertamente. La adoración que el verdadero Dios, el Padre, espera es la del
corazón, gestos acordes con las palabras, hechos empapados de misericordia y
verdad, y no de apariencias.
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«... amar al prójimo como a sí
mismo
vale más que todos los
holocaustos y sacrificios»
(Mc 12, 33b)
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El culto
de los fariseos es una pura farsa; ya nos avisó Jesús en otra ocasión: “haced y
cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no
hacen lo que dicen” (Mt 23,3). Se puede honrar a Dios con los
labios pero estar bien lejos de reconocerlo y amarlo, como se puede honrar a
los otros y pronunciar palabras distantes y contradictorias con nuestro
corazón.
Ya lo advirtió Isaías: “El día
de ayuno buscáis vuestro interés; ayunáis entre riñas y disputas, dando
puñetazos sin piedad. No ayunéis como ahora, haciendo oír en el cielo vuestras
voces” (Is 58, 3b-4). ¿Acaso son éstos el ayuno y los sacrificios que Dios
desea? ¿Agrada esto al Dios de la Vida y de la misericordia? ¿Puede complacer
al Dios de los pequeños y de los pobres que se juzgue a los hombres por el
número de normas cumplidas?
“Su corazón está lejos de mí”-dice el Señor, porque “el ayuno que yo quiero
es éste: abrir las prisiones injustas, dejar libres a los oprimidos, romper
todos los cepos, partir tu pan con el hambriento, hospedar a los pobres sin
techo... y no cerrarte a tu propia carne” (Is 58, 6-7). Sólo el que no se
aparta de su prójimo y se preocupa de su vida mantiene su corazón cercano al
Señor. Entonces las oraciones van directas al corazón de Dios y sus oídos
escuchan nuestras súplicas incluso sin que lleguemos a pronunciarlas.
Esto era lo que preocupaba a Jesús, que el culto de los hombres fuera
pleno; su interés es hacer descubrir a los judíos y a todos nosotros que los
preceptos humanos pueden apartarnos de Dios, las normas multiplicadas pueden
desviarnos del Dios de la vida en abundancia. Podemos dejar de lado
tranquilamente el mandamiento de Dios para aferrarnos a la tradición de los
hombres. ¡Es tan fácil! Ya le ocurría a los fariseos, quienes “liaban fardos
pesados e insoportables y se los cargaban a la gente en los hombros” (cfr Mt
23,4). Resulta tan cómodo multiplicar las normas y cumplirlas para sentirnos a
gusto y llenos de méritos con los que complacer a Dios. Pero Jesús fue bien
claro en su tiempo y lo repite hoy: “Amar al Señor con todas las fuerzas y al
prójimo vale más que los holocaustos y sacrificios” (cfr Mc 12,33)
Sólo
una cosa nos pide el Maestro, sólo una cosa cuenta ante el Padre: amar con
pasión, amar con todas nuestras fuerzas, con todo nuestro ser, amar con todo
nuestro yo a Dios y al hermano. Ésta es la única ley del Dios de Jesucristo, el
único precepto que cuenta ante sus ojos. Por eso Jesús no puede quedar
indiferente ante los que presumen y se enorgullecen de cumplir normas y
preceptos humanos y de estar llenos de méritos ante el único Dios. Este Dios no
existe, es un invento judío y de todos los tiempos; por eso es preciso “volver
al Señor”, reconocer la vaciedad de nuestras obras y ritos y “no volver a
llamar dios nuestro a la obra de nuestras manos” (cfr Os 12,3-4); es necesario
“quitarnos de encima nuestros delitos y estrenar un corazón nuevo y un espíritu
nuevo” (cfr Ez 18,31)
Y
para terminar, Jesús se dirige nuevamente a la gente. Nos pide que escuchemos,
que nos abramos a su palabra, que nos pongamos en su onda, que acojamos con el
corazón y con gusto lo que nos va a decir porque las suyas son palabras de
verdad y vida.
Nada
de lo que procede de fuera puede convertirnos en seres impuros, ningún lavado,
ninguna purificación, ningún ritual hecho o dejado de hacer puede dañar al
hombre. Ninguna norma hecha por hombres puede herir nuestro corazón y
enfrentarnos con Dios. Nada externo al ser humano puede malograrlo y
convertirlo en bueno o malo. Nunca el abandono o el olvido de una norma puede
enturbiar nuestro ser.
Sólo
aquello que nace de nosotros, de nuestras intenciones y deseos nos convierte en
seres más o menos hermosos. Es lo que proviene de nuestro propio corazón lo que
nos afea y oscurece nuestra belleza de hijas e hijos de Dios nacidos para la
libertad y el amor.
Sólo
la maldad que a veces dejamos que en nosotros venza nos aleja del proyecto de
Dios sobre nuestra vida. Somos nosotros mismos, con los propósitos que brotan
de nuestro interior, los que nos distanciamos del sueño de Dios. Es hora de
abandonar la excesiva fe en las normas porque nunca nos salvarán y su
cumplimiento jamás nos dará la paz. ¡Sólo Él es nuestra paz! (cfr Ef 2,14). Es
hora de cuidar nuestro jardín interior para que en él sólo crezcan hermosos
frutos, deseos y proyectos que nos mantengan cercanos al corazón de Dios y de
los hermanos.
3. Oramos la Palabra
Súplica al Señor de la Vida:
Hoy más que nunca vengo a
pedirte VIDA, Señor;
de mi corazón brota a
borbotones,
con fuerza, incluso con
ímpetu,
como una vieja oración
que me acompaña desde hace
mucho tiempo:
¡VIVIFÍCANOS!
Vivifícanos, Señor,
y purifícanos de las obras
muertas;
de los ritos que repetimos
llenos de vaciedad y sinsentido;
de las palabras que
pronuncian nuestros labios pero no tienen vida;
de los gestos que
articulamos pero no llevan pasión.
Vivifícanos, Señor.
¡Que nuestra vida esté
repleta de Vida!
¡Que seamos seres humanos en
plenitud!
¡Que no durmamos ante cada
día nuevo!
¡Que llenemos de vida y no
de rutina nuestra jornadas!
Queremos que nuestro corazón
esté cercano al tuyo
por el amor y por una vida
apasionada.
Líbranos, cada día, de
nuestras obras muertas.
Danos fuerza para huir de la
mera repetición y la dejadez,
de lo fácil y de lo de
siempre sin saber por qué.
Así nuestras vidas serán un
himno a ti,
nuestros cuerpos serán un
cántico al Creador,
nuestra caridad permanecerá
viva en tu presencia
y nuestras oraciones estarán
siempre ante tus ojos.
¡VIVIFÍCANOS, Dios de la
Vida,
Dios de nuestras vidas,
Dios de mi vida!
Con la gentileza de: Pilar Casarrubios, pddm (España) · www.discipulasdm.es