Domingo XVII del Tiempo Ordinario


               Lectura orante de Juan 6,1-15
«Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias,
y los repartió a los que estaban sentados» 

 Lecturas del Domingo, 29 de Julio del 2012: 2R 4,42-44; Sal 144; Ef 4,1-6; Jn 6,1-15         

Oración para disponer el corazón

- Oremos juntos/as, con el beato Santiago Alberione, al Maestro Divino:
Jesús, Maestro Divino, te adoramos como Palabra encarnada,
el enviado del Padre para enseñar a los hombres
la verdad que dan la vida.
Tú eres la verdad, la luz del mundo, el único Maestro;
sólo tú tienes palabras de vida eterna.
Te damos gracias por haber encendido en nosotros
la luz de la razón y de la fe 
y habernos llamado a la luz de la gloria.
Nos adherimos con toda nuestra mente
a ti y a la Iglesia;
creemos y aceptamos cuanto por su medio nos enseñas.
Muéstranos los tesoros de tu sabiduría,
danos a conocer al Padre,
haznos auténticos discípulos tuyos.
Aumenta nuestra fe
para que podamos llegar a contemplarte eternamente en el cielo.

- Confiamos nuestro camino espiritual a María, nuestra Madre y Maestra. Ella, que conservaba todas las cosas meditándolas en su corazón (Lc 2,19), nos enseñe la disposición interior de la escucha y la actitud de entrega en el servicio. Entramos, humildemente, en la escuela de María, para que ella pueda educarnos hasta que Jesús se forme en nuestro modo de pensar, en nuestro corazón y en nuestro obrar.

 
1. Leemos Juan 6,1-15 
     
En aquel tiempo, 1Jesús se marchó a la otra parte del lago de Galilea (de Tiberíades). 2Lo seguía mucha gente, porque habían visto los signos que hacía con los enfermos. 
3 Subió Jesús entonces a la montaña y se sentó allí con sus discípulos.
4 Estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos. 5 Jesús entonces levantó los ojos, y al ver que acudía mucha gente, dijo a Felipe:
- ¿Con qué compraremos panes para que coman éstos?
6 (Lo decía para tantearlo, pues bien sabía él lo que iba a hacer).
7 Felipe le contestó:
- Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le toque un pedazo.
        8 Uno de sus discípulos, Andrés, el hermano de Simón Pedro, le dijo:
- 9 Aquí hay un muchacho que tiene cinco panes de cebada y un par de peces, pero, ¿qué es esto para tantos?
10 Jesús dijo:
- Decid a la gente que se siente en el suelo.
        Había mucha hierba en aquel sitio. Se sentaron: sólo los hombres eran unos cinco mil.
        11 Jesús tomó los panes, dijo la acción de gracias y los repartió a los que estaban sentados; lo mismo todo lo que quisieron del pescado.
        12 Cuando se saciaron, dijo a sus discípulos:
- Recoged los pedazos que han sobrado; que nada se desperdicie.
        13 Los recogieron y llenaron doce canastas con los pedazos de los cinco panes de cebada que sobraron a los que habían comido.
        14 La gente entonces, al ver el signo que había hecho, decía:
- Éste sí que es el Profeta que tenía que venir al mundo.
        15 Jesús entonces, sabiendo que iban a llevárselo para proclamarlo rey, se retiró otra vez a la montaña, él solo.


Orientaciones para la lectura 

El signo de la multiplicación de los panes que encontramos en este domingo XVII del tiempo ordinario parece ser la preparación e introducción del largo discurso eucarístico que iremos meditando en los siguientes domingos del año litúrgico. En compañía del evangelista Juan, acerquémonos a Jesús, el verdadero pan de la vida, dado a nosotros por el Padre, con la firme confianza de que quien viene a Él no tendrá más hambre y quien cree en Él no tendrá más sed.
        Juan comienza el capítulo sexto de su evangelio indicando que Jesús se fue a la otra ribera del mar de Galilea (Jn 6,1). En el capítulo precedente, vemos a Jesús en Jerusalén, donde ha curado al hombre que estaba paralítico desde hacía treinta y ocho años. Después de este signo de la curación se desarrolla la difícil disputa de Jesús con los judíos, en la que Jesús continúa revelando su propia identidad de Hijo enviado del Padre. También el signo de la multiplicación de los panes nos lleva a entrar cada vez más profundamente en el misterio de Jesús y en el misterio del hombre.
        Por una parte, vemos que a Jesús le seguía mucha gente, posiblemente a causa de los signos que hacía con los enfermos (v.2). Por otra parte, vemos al grupo de los discípulos (v.3), que estaban cerca de Él desde el principio de su vida pública (cf. Jn 1,38ss; Mc 3,13ss). A estos discípulos, Jesús les deja entrar en una relación más cercana con él y así les prepara para la continuación de la propia misión de llevar la salvación a todos los pueblos. Pero, como para la gente, así también para los discípulos, Jesús se presentaba como la persona importante que atraía su atención, motivo por el cual han querido dedicar el propio tiempo a seguirlo. En realidad sus motivos más profundos para buscar a Jesús requerían una purificación, como un poco más tarde declarará Jesús abiertamente: "En verdad, en verdad, os digo: Me buscáis, no porque habéis visto signos, sino porque habéis comido pan hasta saciaros" (v. 26).
        Jesús subió al monte y se sentó con sus discípulos. Esta situación nos recuerda la imagen del quinto capítulo de Mateo, donde Jesús Maestro, rodeado de sus discípulos y de la multitud, subió al monte para proclamar la nueva ley del Reino de Dios.
        Se ve que la indicación del tiempo en el que se desarrolla este signo tiene un cierto sentido teológico: estaba cerca la Pascua, la fiesta de los judíos (v.4).
        Jesús alza los ojos y ve a mucha gente venir hacia él (v.5). Esta mirada de Jesús está llena de amor hacia cada persona que se acerca a Él. Marcos subraya que Jesús, viendo a mucha gente, sintió compasión y comenzó a enseñarles muchas cosas (Mc 6,34). En el evangelio de Marcos, Jesús alimenta a la gente primero con la Palabra de vida y después la sacia con el pan multiplicado. Sin embargo, en el Evangelio de Juan, Jesús enseñará a la gente después de un signo visible.
        Jesús plantea una pregunta a sus discípulos: "¿Con qué compraremos pan para para dar de comer a todos éstos?" Es interesante el hecho de que Jesús hace esta pregunta a Felipe, y no a Judas, que llevaba la bolsa (cf. Jn 12,6). A través de esta pregunta, Jesús inculca en los corazones de sus discípulos la preocupación de la gente, requerida por muchas necesidades, hambres y miserias. Los discípulos de Jesús no pueden permanecer indiferentes ante lo que le pasa a la gente. Siguiendo el ejemplo de su Maestro, deben abrir sus corazones a las necesidades de los hermanos y deben dejarse conmover y buscar los modos de responderles.
        Jesús, preguntando a Felipe, le pone a prueba (v.6). La experiencia de la prueba puede revelar todo lo que se encuentra dentro del hombre. Por esto, el Sirácida aconseja: "Si te echas un amigo, ponlo a prueba" (6,7). El hecho de someter a alguien a una prueba puede ser la expresión de la preocupación por el verdadero bien del hombre, pero también puede ser signo de su hipocresía y falsedad. Y es así siempre que el hombre prueba a Dios. El hombre jamás debería obrar así, porque, obrando así, está mostrando su falta de confianza en la sabiduría y en la justicia de Dios. El Señor es justo en todos sus caminos y santo en todas sus obras (Sal 145,17). Siempre y en todas sus obras, Dios es la plenitud de la verdad, del bien y de la belleza. Jesús desenmascara la falsedad existente en la actitud de los fariseos y de los herodianos: "¿Por qué me tentáis?" (Mc 12,15). La prueba por parte de Jesús revela que Felipe tiene todavía un modo muy humano de razonar y de buscar las soluciones a las dificultades: "Doscientos denarios de pan no bastan para que a cada uno le alcance un pedazo" (v.7).

        Durante el desenlace de la situación, en todo momento Jesús sabía lo que iba a hacer (v. 6b). Jesús, como Unigénito Hijo del Padre, nunca improvisaba su obrar, sino que siempre decía lo que había oído decir al Padre, y siempre obraba lo que le complacía al Padre. En cada momento de su vida, se revelaba en Jesús, infinita y penetrante hasta la profundidad, la sabiduría de Dios: "Jesús sabía lo que había dentro del hombre" (Jn 2,25).


        La propuesta por parte de Andrés hace ver que los discípulos, movidos por su Maestro, se preocupan y buscan soluciones, pero todavía a un nivel humano: "Pero, ¿qué es esto para tanta gente?" (v. 8-9). Los discípulos se dan cuenta de los límites de las posibilidades que poseen por si mismos. Ellos, con lo poco que tienen, no son capaces de alimentar a tanta gente. Pero Jesús toma aquel poco que los discípulos tienen, da gracias y lo da a la gente (v. 11). Distribuyendo los panes a cuantos quisieron, Jesús revela a Dios, que abre su mano y sacia de favores a todo viviente (Sal 145,16). La gente que seguía a Jesús comió pan hasta saciarse. En Jesús encontramos a un Dios que está cerca de nosotros, que nos cuida y conoce todas nuestras necesidades humanas. "No os preocupéis, diciendo: '¿Qué comeremos?, o ¿qué beberemos?, o ¿con qué nos vestiremos?'. Todas estas cosas las buscan los gentiles. Vuestro Padre del cielo sabe que tenéis necesidad de todas estas cosas" (Mt 6,31 ss). Jesús nos invita a no preocuparnos demasiado por lo que comeremos o beberemos, porque debemos recordar que el Padre se preocupa de todo lo que necesitamos durante nuestra existencia humana. Dios está vuelto siempre hacia sus criaturas para alimentarlas en el tiempo oportuno. Basta venir a Él con una actitud de humilde fe y sacar aguas de su fuente de amor, de luz y de paz. "¡Oh, todos los sedientos, id por agua, y los que no tenéis plata, venid, comprar y comed, sin plata y sin pagar, vino y leche!" (Is 55,1).

     Y Dios sobrepasa nuestras posibilidades humanas y nuestras expectativas, y es capaz de saciar abundantemente nuestras necesidades dándonos en Jesús mucho más de lo que podemos pedir o imaginar (cf. Ef 3,20). Felipe se da cuenta de que doscientos denarios de pan no bastan para dar un trocito a cada uno. Y, sin embargo, Jesús no les da sólo un trozo, sino que ha sido capaz de darles pan hasta hartarse e incluso ha sobrado (v. 12). Por esto, Jesús manda a sus discípulos que recojan estos trozos para que nada se pierda. Dios es generoso y justo en el dar, reparte sus dones en la medida en que el hombre es capaz de acogerlos y servirse de ellos para el bien propio y de los otros. Pero, al mismo tiempo, Dios no quiere que sus dones se desperdicien: ... que nada se pierda. Jesús enseña a sus discípulos que tengan cuidado también de los trozos, no sólo del pan material, sino del pan de la verdad, de la bondad y de la belleza escondidos en cada persona y en cada situación.

        La gente, viendo el signo que Jesús había hecho, reconoce en Él al profeta que tenía que venir, y quiere hacerlo rey (v. 14-15). De este modo muestra que no ha comprendido el signo que ha hecho Jesús. A Jesús no le importaba fascinar a la gente con su persona, sino conducirla a reconocer el amor de Dios hacia su pueblo, un Dios que ha enviado al Hijo para que todos puedan tener plenitud de vida en Él. Los signos, por sí mismos, no pueden transformar al hombre si no encuentran su apertura de fe y la disponibilidad de acoger el mensaje y las llamadas que Dios esconde en ellos. Pero esto requiere salir del modo humano de ver y de juzgar todo lo que sucede (cf. Is 55,8). Porque la lógica divina sobrepasa nuestra lógica humana. Podemos seguir a Jesús hasta un cierto momento, pero si no acogemos su modo de pensar, no seremos capaces de seguir adelante, porque las exigencias de Jesús nos resultarán demasiado difíciles (cf. Jn 6,60.66). Y Jesús, conociendo el intento de la gente de hacerlo rey, se retiró nuevamente al monte. Porque Jesús, en todo lo que hacía, no buscaba su propia gloria, que es superficial, sino la gloria del Padre (cf. Jn 8,50) y el verdadero bien del hombre, para que todos y todas tengamos vida abundante.

 
2. Meditamos la Palabra

        En la parte de la meditatio, puedo mirarme a mí misma a la luz de esta Palabra de Dios. Esto debería ser el objetivo de mi continuo esfuerzo espiritual, para que la Palabra pueda influir realmente sobre mi vida. De no ser así, podría sucederme como a aquel terreno pedregoso en el que la Palabra calló y fue infecunda (Mt 13,20). Quizá escucho la Palabra y la acojo con alegría, pero cuando llego a las consecuencias prácticas, dejo de esforzarme para no reconocer mi verdad y trabajar sobre mí misma.

        Así pues, me pregunto qué quiere Dios hacer de mi vida a través de su Palabra (cf. Is 55,11). Mi atención se centra en la relación entre Jesús y sus discípulos. Veo que Jesús, cumpliendo su misión de proclamar la cercanía del Reino de Dios, al mismo tiempo no descuida la obra de la formación de sus discípulos. Él podría multiplicar los panes sin implicar en ello a sus discípulos. Pero los implica en el cumplimiento de su propia misión. Así resulta claro que Dios, en el cumplimiento de su designio, espera y, en cierto sentido, tiene necesidad, de mi disponibilidad a colaborar con Él. Con el poco tiempo que poseo, con mis límites y con mis miserias, puedo contribuir al cumplimiento de su obra de salvación. Por esto me siento invitada a la confianza más grande en el poder de su gracia, que se revela especialmente en mi debilidad (cf. 2 Co 12,9). Porque sin Jesús no puedo hacer nada (cf. Jn 15,5). Y esta colaboración no puede ser adaptar a Dios a mi modo de ver la realidad, a mis proyectos o a mis expectativas. Sólo el proyecto de Dios es justo. Por eso reconozco que tengo necesidad de una continua purificación para poder colaborar con Dios aún más eficazmente. Y Él me purifica a través de las pruebas, pequeñas y grandes, que encuentro en mi vida. Las pruebas constituyen una parte de mi camino formativo como discípula de Jesús. Descubro que estas pruebas pueden ser también ciertas personas y situaciones cotidianas difíciles para mí, que pueden aquilatar mi fe, mi esperanza o mi caridad. Dios me invita a aprender continuamente a acoger estas dificultades cotidianas como lugar en el que Él cumple la obra de mi santificación y también la de los otros. Es entonces cuando estas situaciones pueden llegar a ser posibilidades de enraizarme más en Jesús (cf. Col 2,7).

3. Oramos la Palabra
 
¡Que te alaben, Señor, tus criaturas,
que te bendigan tus fieles!
 
Los ojos de todos te miran esperando;
tú les das a su tiempo el alimento.
Tú abres la mano
y sacias de bienes a todo viviente (Sal 145, 10.15-17)


¡Oh abismo de riqueza, de sabiduría
y de ciencia el de Dios!
¡Cuán insondables son sus designios
e inescrutables sus caminos!
(…) Porque de Él, por Él y para Él
son todas las cosas.
¡A Él la gloria por los siglos! Amén (Rom 11,33.35)

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Oh Dios, Padre bueno,
te adoro y glorifico, porque en tu sabiduría llena de amor,
me das todo lo que necesito para vivir y crecer
a nivel humano y espiritual.
Incluso cuando algo me falta,
tú no dejas de cuidarme.
Te doy gracias por las personas que me rodean
y que siempre son Tu Don para mí.
Te doy gracias por los momentos alegres y dolorosos,
que, día tras días, conforman mi historia personal.
Te pido el don de la disponibilidad
hacia tu proyecto de amor, siguiendo el ejemplo de María,
la sierva del Señor,
que colaboró plenamente en la obra de tu Hijo.
Amén.

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Con la gentileza de  Úrszula Symanska, pddm (Polonia) 
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