Lectura orante de Marcos
10,2-16
"... Ya no son dos, sino una sola carne"
"El que no acepte el Reino de Dios como un niño no entrará en él"
"El que no acepte el Reino de Dios como un niño no entrará en él"
Lecturas: Gn 2,18-24; Hb 2,9-11; Mc 10,2-16
Domingo, 7 de Octubre de 20012
Oración para
disponer el corazón
Desde
nuestro corazón endurecido como pedernal,
torpe para
comprender,
contaminado
por razonamientos humanos, alejados de tu mentalidad,
que tu
Espíritu nos enseñe,
con fuerza
y suavidad,
los
caminos a seguir,
las
actitudes a asumir,
los
valores a encarnar.
Envíanos
al Maestro interior de nuestras vidas
para que
aprendamos, acojamos y amemos
el plan
original que el Padre soñó para nosotros,
hombres y
mujeres
creados
para la vida y el amor.
1. Leemos Marcos 10,2-16
En aquel tiempo, 2 se acercaron unos
fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba:
- ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
3 Él les
replicó:
- ¿Qué os ha mandado Moisés?
4 Contestaron:
- Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un
acta de repudio.
5 Jesús les
dijo:
- Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto.
6 Al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. 7 Por
eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer 8 y
serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. 9Lo
que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
10 En
casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. 11 Él
les dijo:
- Si uno se
divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. 12
Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
13 Le presentaron
unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
14 Al verlo, Jesús se
enfadó y les dijo:
- Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son
como ellos es el Reino de Dios. 15 Os aseguro que el que no acepte
el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.
16 Y los abrazaba y
los bendecía imponiéndoles las manos.
Orientaciones
para la lectura
Lee
detenidamente el evangelio de este domingo (incluyendo el v. 1: Mc 10,1-16) y
cae en la cuenta de que hay tres perícopas perfectamente diferenciadas, la
segunda de las cuales está dividida, a su vez, en dos partes:
1) Mc 10,1: Pequeño
sumario introductorio
2) Mc 10,2-12: La
enseñanza de Jesús sobre el matrimonio
a. Mc 10,2-9: Jesús enseña a la gente
b. Mc 10, 10-12: Jesús enseña a los
discípulos
3) Mc 10, 13-16: La actitud de Jesús hacia los niños
2) Mc 10,2-12: La enseñanza
de Jesús sobre el matrimonio
El
versículo 1 del capítulo 10 de Marcos es, como hemos
dicho, un pequeño sumario que nos sitúa con Jesús, en camino hacia Jerusalén.
De nuevo la gente acude a Él esperando su palabra, y él se pone a enseñar. Es,
ante todo, un Maestro.
A Él se acercan los
fariseos, para preguntarle sobre una cuestión jurídica debatida en su tiempo:
«¿Puede el marido repudiar a su mujer?». Marcos dice que le preguntan
"para ponerlo a prueba". La postura del judaísmo oficial era
clara: existía la posibilidad de disolver legalmente casi todos los matrimonios
y el divorcio estaba previsto en la ley. Entonces, ¿a qué preguntar a Jesús?
Parece evidente que su pretensión era hacer que Jesús se manifestara
públicamente en contra de la ley o del lado de alguna de sus interpretaciones.
El alcance del precepto del Dt 24,1 («Si un hombre toma una mujer y se casa con
ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en
ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en
la mano y la despedirá de su casa») es interpretado de un modo más riguroso por
la escuela rabínica de Shammai y de un modo más laxo por la escuela de Hillel.
Mientras que para Shammai sólo se podía disolver un matrimonio en caso de
adulterio, para Hillel cualquier motivo, por pequeño que fuera, podía ser
válido para tal propósito.
La respuesta de Jesús se desmarca de una interpretación meramente jurídica o
moral y hurga en las propias conciencias de sus interlocutores llevándoles, a
través de una pregunta, de un terreno conocido para ellos (la ley de Moisés) al
terreno de Jesús, que no es la ley sino el designio original del Padre.
Los fariseos conocen bien
la ley de Moisés en la que estaba permitido repudiar a la esposa. Jesús es el
nuevo Moisés que se mueve en unas claves en las que no hay ley. La ley tuvo que
escribirse a causa de la dureza de corazón de los israelitas; su "esclerocardía"
les impedía acoger el designio de Dios: un designio de amor, de comunión, de
armonía en las relaciones, de complementariedad y compenetración recíprocas
entre el hombre y la mujer. Y Jesús da un salto de la clave jurídica de los
fariseos a la clave religiosa y teológica, ofreciendo un argumento
escriturístico en esa controversia: «Desde el comienzo de la creación, Él
los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y los
dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne»
(Mc 10,6-8). Las palabras de Jesús aluden a los relatos sacerdotal y yahvista
del Génesis (Gn 1,27 y 2,24) que expresan, de forma narrativa, el designio
primero de Dios para el hombre y la mujer. Con ello, Jesús invita a entrar en
la mente de Dios y a abandonar la dureza de corazón que impide amar al esposo o
a la esposa como a uno mismo.
Ya en la casa, Jesús
adoctrina a sus discípulos en privado dándoles dos principios que derivan del
sexto mandamiento: «No cometerás adulterio» (Éx 20,13; Dt 5,17). Estos
principios se refieren al hombre y a la mujer respectivamente: «Si uno se
divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y
si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio»
(vv.10-12). Probablemente estos versículos tratan de responder a los problemas
del matrimonio que surgieron en las primeras comunidades cristianas. El
versículo 12, que contempla la posibilidad de que sea la mujer la que despide
al marido, puede resultarnos extraño en el contexto judío. En efecto, es una
situación jurídica incompatible con la legislación palestiniano-judía respecto
del matrimonio, pero no con el derecho de divorcio greco-romano y
egipcio-judío, según el cual era posible que la mujer pudiera tener ese
comportamiento.
3) Mc 10, 13-16: La actitud de Jesús hacia los niños
Tras la discusión de Jesús con los fariseos y la posterior enseñanza a sus
discípulos, de nuevo Jesús se encuentra entre la gente y algunos le presentan a
unos niños para que los toque (v.13), posiblemente imponiéndoles las manos como
signo de bendición (v.16). No hay razón aparente para la actitud de rechazo de
los discípulos, que delata su afán de dominio y mando y su poca amabilidad. En
este contexto, Jesús muestra el significado que los niños tienen para él y
trata de corregir la postura intransigente y aferrada a prejuicios y
privilegios que tienen los discípulos. Jesús ha venido para todos y el Reino es
para todos: enfermos, mujeres, niños, paganos..., no para una élite de devotos
y justos según una ley a su medida. La presencia de Jesús era gratuita para
todos, y especialmente para los niños, en quienes veía una imagen de los hijos
del Reino (cf. 9,36-37 y par.). Quien quiera entrar en el Reino ha de ser como
un niño: pequeño, confiado como ellos, entregado a alguien mayor (el Padre),
carente de ambición y de codicia.
2. Meditamos la Palabra
Si
miramos a nuestro alrededor, la verdad es que descubrimos pocos matrimonios que
mantengan encendida la llama del amor primero durante mucho tiempo. Cada vez es
más frecuente que las parejas no deseen casarse y, si se casan, hay un
porcentaje muy elevado de parejas que se separan en los primeros años de
matrimonio. De las parejas que logran conservar su matrimonio, muy pocas están
realmente felices con su opción. No estoy casada, pero he oído con pena a
muchas mujeres de mi entorno familiar y social lamentar su elección. No están
satisfechas con el modo como han vivido su condición de esposas y madres, y su
actitud de cara al futuro es de resignación y de aguante "hasta que la
muerte los separe". Eso, por no hablar del deplorable fenómeno de la
violencia doméstica, que ha ido en aumento en los últimos años.
Da la sensación de que el matrimonio como institución social y religiosa se hubiera
desintegrado. Si el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro, si lo
natural es que se busquen y se complementen, algo muy importante está fallando
para que tan pocos matrimonios funcionen como es de desear.
En tiempos de Jesús, la situación no era muy distinta: rara vez dos personas se
unían por amor, puesto que no existía un tiempo de conocimiento previo de la
pareja, ni una elección libre, sino que eran los padres quienes apalabraban la
unión de sus hijos, como se podía apalabrar un contrato de compra-venta.
Recordemos, en la historia de Israel, cómo Abrahán envía a su criado a buscar
esposa para su hijo Isaac (cf. Gn 24), o cómo Ágar buscó una mujer egipcia para
su hijo Ismael (cf. Gn 21,21). Siendo así la situación, no es extraño que, en
muchas ocasiones, no surgiera un afecto espontáneo ni un amor capaz de sostener
esa unión contra viento y marea.
La legislación mosaica, patriarcal, favorecía en todo al varón, quien podía
repudiar a su mujer en caso de que «descubriera en ella algo que le
desagradara» (Dt 24,11), ya fuera un defecto físico, un carácter incompatible o
una torpeza doméstica. Esa ley justificaba que cualquier cosa pequeña sirviera
de pretexto para repudiar a una esposa no deseada.
La palabra de Jesús pone al descubierto la injusticia que se esconde en esa
legislación y cómo esta ley es fruto de la distorsión que introduce el pecado
(dureza de corazón) en el proyecto original de Dios. El sueño original de Dios
está recogido en Génesis 1-2. En el primer relato de la creación, el hombre y
la mujer son creados a imagen y semejanza de Dios, Padre y Madre (Gn 1,27). Si
esto es así, ambos son capaces de amar con el mismo amor creador de Dios. Fruto
de su unión amorosa será su fecundidad creadora (Gn 1,28). Esa unión es tal que
ambos se harán una sola carne. Cuando Adán descubrió ante sí a Eva, exclamó:
«Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23). Éste es el
proyecto original de Dios al que Jesús alude: un proyecto de unión, de armonía y
amor entre todos los seres humanos y, de un modo singular, entre el hombre y la
mujer vinculados esponsalmente. El mismo "hacerse una sola carne" en
el abrazo esponsal debería ser símbolo de la com-penetración profunda e
indestructible de dos seres que se aman y caminan como compañeros durante toda
su vida y en la eternidad.
Jesús nos dice hoy que esta unión esponsal es un don de Dios y sólo viviéndola
en Él y alimentando el amor creativamente, todos los días, puede ser eterna.
3. Oramos la Palabra
a) La Palabra de hoy hace que este día sea una ocasión
especial para dar gracias a Dios por nuestro esposo o nuestra esposa, si
estamos casados.
- Recuerda todas las cosas
buenas que has vivido con él/ella y da gracias.
- Cae en la cuenta de los
dones de esa persona amada y da gracias a Dios por ella.
- Pide a Dios la gracia de
que te enseñe a cuidar vuestra unión y a amaros mutuamente, según el Evangelio,
todos los días de vuestra vida.
b) Oración por las
familias:
Te damos gracias, Señor,
por todas las familias cristianas, pequeñas iglesias domésticas en donde se
vive y se siembra el Evangelio, en donde se aprende el amor y la fraternidad,
en donde Dios es alabado y bendecido como Padre, Madre y Amor.
Te damos gracias por el
amor que une a los esposos, sacramento del amor de Cristo a la humanidad,
levadura que puede hacer crecer una nueva civilización en la que todos
reconozcamos en el prójimo, cercano y lejano, a un hermano «hueso de nuestros
huesos y carne de nuestra carne».
Te damos gracias por el
don de los hijos, fruto de un amor que se entrega y se trasciende. Te damos
gracias porque ellos son la humanidad nueva para un futuro que deseamos más
justo y solidario.
Y también, hoy, nos
atrevemos a pedirte, Señor. Conocemos a muchos esposos y esposas que no se
aman, que están aburridos y cansados de estar juntos, que no dialogan, que sólo
se gritan o se ignoran, Señor. Vemos familias cuyos hogares son verdaderos
campos de batalla en los que la injusticia y la violencia produce heridas
físicas y psicológicas irreparables. Sabemos que muchos niños son abandonados,
aborrecidos y maltratados... Tú lo conoces, lo ves, lo sabes también. Dinos,
Señor, qué podemos hacer por ellos. Cuida y protege a las víctimas de los seres
que deberían amarles más... Y ayúdanos a nosotros/as, Señor, a hacer cuanto
esté en nuestra mano para hacer de nuestras familias, grupos y comunidades, un
hogar para el descanso, el amor y la alegría, contigo y en Ti. Amén.
c) Jesús nos dice hoy: «El que no reciba el Reino
como un niño, no entrará en él». Deseamos acallar nuestras ambiciones y
nuestra desconfianza, que nos impide abandonarnos en el Buen Padre Dios como un
niño, orando con el salmo 131:
Señor, mi corazón no es ambicioso
ni mis ojos altaneros.
No pretendo grandezas que
superan mi capacidad,
sino que acallo y modero
mis deseos
como un niño en brazos de
su madre.
Espere Israel en el Señor,
ahora y por siempre.
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Autora: Hna. Conchi López, pddm (España) · www.discipulasdm.es