Domingo XXVII del Tiempo Ordinario


Lectura orante de Marcos 10,2-16
"... Ya no son dos, sino una sola carne"
"El que no acepte el Reino de Dios como un niño no entrará en él"


Lecturas: Gn 2,18-24; Hb 2,9-11; Mc 10,2-16
 Domingo, 7 de Octubre de 20012


Oración para disponer el corazón

Desde nuestro corazón endurecido como pedernal,
torpe para comprender,
contaminado por razonamientos humanos, alejados de tu mentalidad,
te suplicamos, Señor Jesús,
que tu Espíritu nos enseñe,
con fuerza y suavidad,
los caminos a seguir,
las actitudes a asumir,
los valores a encarnar.

Envíanos al Maestro interior de nuestras vidas
para que aprendamos, acojamos y amemos
el plan original que el Padre soñó para nosotros,
hombres y mujeres
creados para la vida y el amor.

1. Leemos Marcos 10,2-16 

En aquel tiempo, 2 se acercaron unos fariseos y le preguntaron a Jesús para ponerlo a prueba:
- ¿Le es lícito a un hombre divorciarse de su mujer?
3 Él les replicó:
- ¿Qué os ha mandado Moisés?
4 Contestaron:
- Moisés permitió divorciarse dándole a la mujer un acta de repudio.
5 Jesús les dijo:
- Por vuestra terquedad dejó escrito Moisés este precepto. 6 Al principio de la creación, Dios los creó hombre y mujer. 7 Por eso abandonará el hombre a su padre y a su madre, se unirá a su mujer 8 y serán los dos una sola carne. De modo que ya no son dos, sino una sola carne. 9Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre.
        10 En casa, los discípulos volvieron a preguntarle sobre lo mismo. 11 Él les dijo:
- Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. 12 Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio.
        13 Le presentaron unos niños para que los tocara, pero los discípulos les regañaban.
        14 Al verlo, Jesús se enfadó y les dijo:
- Dejad que los niños se acerquen a mí: no se lo impidáis; de los que son como ellos es el Reino de Dios. 15 Os aseguro que el que no acepte el Reino de Dios como un niño, no entrará en él.
        16 Y los abrazaba y los bendecía imponiéndoles las manos.


Orientaciones para la lectura 

Lee detenidamente el evangelio de este domingo (incluyendo el v. 1: Mc 10,1-16) y cae en la cuenta de que hay tres perícopas perfectamente diferenciadas, la segunda de las cuales está dividida, a su vez, en dos partes:

1) Mc 10,1: Pequeño sumario introductorio
2) Mc 10,2-12: La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio
    a. Mc 10,2-9: Jesús enseña a la gente
    b. Mc 10, 10-12: Jesús enseña a los discípulos
3) Mc 10, 13-16: La actitud de Jesús hacia los niños

2) Mc 10,2-12: La enseñanza de Jesús sobre el matrimonio

El versículo 1 del capítulo 10 de Marcos es, como hemos dicho, un pequeño sumario que nos sitúa con Jesús, en camino hacia Jerusalén. De nuevo la gente acude a Él esperando su palabra, y él se pone a enseñar. Es, ante todo, un Maestro.

        A Él se acercan los fariseos, para preguntarle sobre una cuestión jurídica debatida en su tiempo: «¿Puede el marido repudiar a su mujer?». Marcos dice que le preguntan "para ponerlo a prueba". La postura del judaísmo oficial era clara: existía la posibilidad de disolver legalmente casi todos los matrimonios y el divorcio estaba previsto en la ley. Entonces, ¿a qué preguntar a Jesús? Parece evidente que su pretensión era hacer que Jesús se manifestara públicamente en contra de la ley o del lado de alguna de sus interpretaciones. El alcance del precepto del Dt 24,1 («Si un hombre toma una mujer y se casa con ella, y resulta que esta mujer no halla gracia a sus ojos, porque descubre en ella algo que le desagrada, le redactará un libelo de repudio, se lo pondrá en la mano y la despedirá de su casa») es interpretado de un modo más riguroso por la escuela rabínica de Shammai y de un modo más laxo por la escuela de Hillel. Mientras que para Shammai sólo se podía disolver un matrimonio en caso de adulterio, para Hillel cualquier motivo, por pequeño que fuera, podía ser válido para tal propósito.

     La respuesta de Jesús se desmarca de una interpretación meramente jurídica o moral y hurga en las propias conciencias de sus interlocutores llevándoles, a través de una pregunta, de un terreno conocido para ellos (la ley de Moisés) al terreno de Jesús, que no es la ley sino el designio original del Padre. 
        Los fariseos conocen bien la ley de Moisés en la que estaba permitido repudiar a la esposa. Jesús es el nuevo Moisés que se mueve en unas claves en las que no hay ley. La ley tuvo que escribirse a causa de la dureza de corazón de los israelitas; su "esclerocardía" les impedía acoger el designio de Dios: un designio de amor, de comunión, de armonía en las relaciones, de complementariedad y compenetración recíprocas entre el hombre y la mujer. Y Jesús da un salto de la clave jurídica de los fariseos a la clave religiosa y teológica, ofreciendo un argumento escriturístico en esa controversia: «Desde el comienzo de la creación, Él los hizo varón y hembra. Por eso dejará el hombre a su padre y a su madre y los dos se harán una sola carne. De manera que ya no son dos, sino una sola carne» (Mc 10,6-8). Las palabras de Jesús aluden a los relatos sacerdotal y yahvista del Génesis (Gn 1,27 y 2,24) que expresan, de forma narrativa, el designio primero de Dios para el hombre y la mujer. Con ello, Jesús invita a entrar en la mente de Dios y a abandonar la dureza de corazón que impide amar al esposo o a la esposa como a uno mismo.

        Ya en la casa, Jesús adoctrina a sus discípulos en privado dándoles dos principios que derivan del sexto mandamiento: «No cometerás adulterio» (Éx 20,13; Dt 5,17). Estos principios se refieren al hombre y a la mujer respectivamente: «Si uno se divorcia de su mujer y se casa con otra, comete adulterio contra la primera. Y si ella se divorcia de su marido y se casa con otro, comete adulterio» (vv.10-12). Probablemente estos versículos tratan de responder a los problemas del matrimonio que surgieron en las primeras comunidades cristianas. El versículo 12, que contempla la posibilidad de que sea la mujer la que despide al marido, puede resultarnos extraño en el contexto judío. En efecto, es una situación jurídica incompatible con la legislación palestiniano-judía respecto del matrimonio, pero no con el derecho de divorcio greco-romano y egipcio-judío, según el cual era posible que la mujer pudiera tener ese comportamiento.

3) Mc 10, 13-16: La actitud de Jesús hacia los niños

        Tras la discusión de Jesús con los fariseos y la posterior enseñanza a sus discípulos, de nuevo Jesús se encuentra entre la gente y algunos le presentan a unos niños para que los toque (v.13), posiblemente imponiéndoles las manos como signo de bendición (v.16). No hay razón aparente para la actitud de rechazo de los discípulos, que delata su afán de dominio y mando y su poca amabilidad. En este contexto, Jesús muestra el significado que los niños tienen para él y trata de corregir la postura intransigente y aferrada a prejuicios y privilegios que tienen los discípulos. Jesús ha venido para todos y el Reino es para todos: enfermos, mujeres, niños, paganos..., no para una élite de devotos y justos según una ley a su medida. La presencia de Jesús era gratuita para todos, y especialmente para los niños, en quienes veía una imagen de los hijos del Reino (cf. 9,36-37 y par.). Quien quiera entrar en el Reino ha de ser como un niño: pequeño, confiado como ellos, entregado a alguien mayor (el Padre), carente de ambición y de codicia.
  

2. Meditamos la Palabra


Si miramos a nuestro alrededor, la verdad es que descubrimos pocos matrimonios que mantengan encendida la llama del amor primero durante mucho tiempo. Cada vez es más frecuente que las parejas no deseen casarse y, si se casan, hay un porcentaje muy elevado de parejas que se separan en los primeros años de matrimonio. De las parejas que logran conservar su matrimonio, muy pocas están realmente felices con su opción. No estoy casada, pero he oído con pena a muchas mujeres de mi entorno familiar y social lamentar su elección. No están satisfechas con el modo como han vivido su condición de esposas y madres, y su actitud de cara al futuro es de resignación y de aguante "hasta que la muerte los separe". Eso, por no hablar del deplorable fenómeno de la violencia doméstica, que ha ido en aumento en los últimos años.
        Da la sensación de que el matrimonio como institución social y religiosa se hubiera desintegrado. Si el hombre y la mujer están hechos el uno para el otro, si lo natural es que se busquen y se complementen, algo muy importante está fallando para que tan pocos matrimonios funcionen como es de desear.
        En tiempos de Jesús, la situación no era muy distinta: rara vez dos personas se unían por amor, puesto que no existía un tiempo de conocimiento previo de la pareja, ni una elección libre, sino que eran los padres quienes apalabraban la unión de sus hijos, como se podía apalabrar un contrato de compra-venta. Recordemos, en la historia de Israel, cómo Abrahán envía a su criado a buscar esposa para su hijo Isaac (cf. Gn 24), o cómo Ágar buscó una mujer egipcia para su hijo Ismael (cf. Gn 21,21). Siendo así la situación, no es extraño que, en muchas ocasiones, no surgiera un afecto espontáneo ni un amor capaz de sostener esa unión contra viento y marea.
        La legislación mosaica, patriarcal, favorecía en todo al varón, quien podía repudiar a su mujer en caso de que «descubriera en ella algo que le desagradara» (Dt 24,11), ya fuera un defecto físico, un carácter incompatible o una torpeza doméstica. Esa ley justificaba que cualquier cosa pequeña sirviera de pretexto para repudiar a una esposa no deseada.
        La palabra de Jesús pone al descubierto la injusticia que se esconde en esa legislación y cómo esta ley es fruto de la distorsión que introduce el pecado (dureza de corazón) en el proyecto original de Dios. El sueño original de Dios está recogido en Génesis 1-2. En el primer relato de la creación, el hombre y la mujer son creados a imagen y semejanza de Dios, Padre y Madre (Gn 1,27). Si esto es así, ambos son capaces de amar con el mismo amor creador de Dios. Fruto de su unión amorosa será su fecundidad creadora (Gn 1,28). Esa unión es tal que ambos se harán una sola carne. Cuando Adán descubrió ante sí a Eva, exclamó: «Esta sí que es hueso de mis huesos y carne de mi carne» (Gn 2,23). Éste es el proyecto original de Dios al que Jesús alude: un proyecto de unión, de armonía y amor entre todos los seres humanos y, de un modo singular, entre el hombre y la mujer vinculados esponsalmente. El mismo "hacerse una sola carne" en el abrazo esponsal debería ser símbolo de la com-penetración profunda e indestructible de dos seres que se aman y caminan como compañeros durante toda su vida y en la eternidad. 
        Jesús nos dice hoy que esta unión esponsal es un don de Dios y sólo viviéndola en Él y alimentando el amor creativamente, todos los días, puede ser eterna.

 3. Oramos la Palabra

a)    La Palabra de hoy hace que este día sea una ocasión especial para dar gracias a Dios por nuestro esposo o nuestra esposa, si estamos casados. 

- Recuerda todas las cosas buenas que has vivido con él/ella y da gracias.
- Cae en la cuenta de los dones de esa persona amada y da gracias a Dios por ella.
- Pide a Dios la gracia de que te enseñe a cuidar vuestra unión y a amaros mutuamente, según el Evangelio, todos los días de vuestra vida.

b) Oración por las familias:
Te damos gracias, Señor, por todas las familias cristianas, pequeñas iglesias domésticas en donde se vive y se siembra el Evangelio, en donde se aprende el amor y la fraternidad, en donde Dios es alabado y bendecido como Padre, Madre y Amor.
Te damos gracias por el amor que une a los esposos, sacramento del amor de Cristo a la humanidad, levadura que puede hacer crecer una nueva civilización en la que todos reconozcamos en el prójimo, cercano y lejano, a un hermano «hueso de nuestros huesos y carne de nuestra carne».
Te damos gracias por el don de los hijos, fruto de un amor que se entrega y se trasciende. Te damos gracias porque ellos son la humanidad nueva para un futuro que deseamos más justo y solidario.
Y también, hoy, nos atrevemos a pedirte, Señor. Conocemos a muchos esposos y esposas que no se aman, que están aburridos y cansados de estar juntos, que no dialogan, que sólo se gritan o se ignoran, Señor. Vemos familias cuyos hogares son verdaderos campos de batalla en los que la injusticia y la violencia produce heridas físicas y psicológicas irreparables. Sabemos que muchos niños son abandonados, aborrecidos y maltratados... Tú lo conoces, lo ves, lo sabes también. Dinos, Señor, qué podemos hacer por ellos. Cuida y protege a las víctimas de los seres que deberían amarles más... Y ayúdanos a nosotros/as, Señor, a hacer cuanto esté en nuestra mano para hacer de nuestras familias, grupos y comunidades, un hogar para el descanso, el amor y la alegría, contigo y en Ti. Amén.

c) Jesús nos dice hoy: «El que no reciba el Reino como un niño, no entrará en él». Deseamos acallar nuestras ambiciones y nuestra desconfianza, que nos impide abandonarnos en el Buen Padre Dios como un niño, orando con el salmo 131:

Señor, mi corazón no es ambicioso 
ni mis ojos altaneros.
No pretendo grandezas que superan mi capacidad,
sino que acallo y modero mis deseos
como un niño en brazos de su madre.
Espere Israel en el Señor,
ahora y por siempre.





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Autora: Hna. Conchi López, pddm (España)   ·   www.discipulasdm.es