Domingo XXVIII del Tiempo Ordinario



Lectura orante de Marcos 10,17-30

"Vende lo que tienes,
 dale el dinero a los pobres y luego, sígueme"
     Lecturas: Sb 7, 7-11; Sal 89, 12-17; Hb 4,12-13; Mc 10, 17-30     

Invocación al Espíritu
Comenzamos la lectura orante de los textos de este domingo, invocando al Espíritu, Sabiduría de Dios, con una oración inspirada en la del joven Salomón (Sab 9,1-6.9-11).


Dios de nuestros padres, santo y misericordioso,
que con tu palabra hiciste todas las cosas,
y, ayudado por el Espíritu de la Sabiduría,
nos formaste a tus hijos e hijas,
y modelaste todo cuanto existe,
dame tu Sabiduría, que te asistió cuando hacías el mundo,
y que sabe lo que es grato a tus ojos.

Mándala desde tu seno,
para que me asista en mis anhelos y búsquedas,
en mis interrogantes y en mis respuestas,
porque soy demasiado pequeño/a
para discernir la verdadera riqueza de la vida
y el camino de la felicidad.

Sin embargo, ella lo conoce todo,
y me guiará prudentemente en mis pasos,
y me mostrará, en tu palabra,
la senda de tu voluntad.

1. Leemos Marcos 10,17-30    

En aquel tiempo, 17 cuando salía Jesús al camino, se le acercó uno corriendo, se arrodilló y le preguntó:
- Maestro bueno, ¿qué haré para heredar la vida eterna? 
18 Jesús le contestó:
- ¿Por qué me llamas bueno? No hay nadie bueno más que Dios.
19 Ya sabes los mandamientos: no matarás, no cometerás adulterio, no robarás, no darás falso testimonio, no estafarás, honra a tu padre y a tu madre.
20 Él replicó:
- Maestro, todo eso lo he cumplido desde pequeño.
21 Jesús se le quedó mirando con cariño y le dijo:
- Una cosa te falta: anda, vende lo que tienes, dale el dinero a los pobres, así tendrás un tesoro en el cielo, y luego sígueme.
22 A estas palabras, él frunció el ceño y se marchó pesaroso, porque era muy rico.
23 Jesús, mirando alrededor, dijo a sus discípulos:
- ¡Qué difícil les va a ser a los ricos entrar en el Reino de Dios!
24 Los discípulos se extrañaron de estas palabras. Jesús añadió:
- Hijos, ¡qué difícil les es entrar en el Reino de Dios a los que ponen su confianza en el dinero! 25 Más fácil le es a un camello pasar por el ojo de una aguja que a un rico entrar en el Reino de Dios.
26 Ellos se espantaron y comentaban:
- Entonces, ¿quién puede salvarse?
27 Jesús se les quedó mirando y les dijo:
- Es imposible para los hombres, no para Dios. Dios lo puede todo.
 28 Pedro se puso a decirle:
- Ya ves que nosotros lo hemos dejado  todo y te hemos seguido.
29 Jesús dijo:
- Os aseguro, que quien deje casa, o hermanos o hermanas, o madre o padre, o hijos o tierras, por mí y por el Evangelio, 30 recibirá ahora, en este tiempo, cien veces más -casas y hermanos y hermanas y madres e hijos y tierras, con persecuciones-, y en la edad futura, vida eterna.


Orientaciones para la lectura 

La comunidad creyente, que celebra, en el XXVIII domingo del tiempo ordinario, el misterio de la muerte y resurrección de su Señor, es expuesta hoy, por la Liturgia, ante la «Sofia tou Theou" (la sabiduría de Dios) que, como proclama el apóstol Pablo en la primera carta a los Corintios: "es escándalo para los judíos, necedad para los griegos, pero para los creyentes, fuerza de Dios y sabiduría de Dios».

El tema principal de toda la celebración de hoy es la SABIDURÍA.

        La primera lectura hace de ella un elogio como fuente y culmen de la plenitud de la vida; una sabiduría que, según se desprende de la segunda lectura, se identifica con la Palabra de Dios, ante la cual, todo sentimiento y pensamiento del corazón es cuestionado. Pero es, sobre todo, en la tercera lectura, el Evangelio, donde la Sabiduría se hace presente en Cristo Jesús. El mismo Hijo de Dios, Verbo del Padre, es la verdadera Sabiduría. Y, en seguirle a Él y en seguir su Palabra, en fiarse de Él, sobre todo, es donde los discípulos reciben el «Espíritu de sabiduría que les hace comprender cuál es la esperanza a la que son llamados».

        En el Antiguo Testamento, para Israel, cumplir la Ley, los mandamientos, no es algo externo a la propia persona; la Torah no es simplemente un conjunto de mandamientos, sino que es el cauce que mantiene viva la Alianza, el pacto de amor entre Dios y su pueblo. Basta recordar el salmo 1 o el salmo 118 para darse cuenta del significado más profundo de la relación entre Israel y la Torah. En este contexto, la riqueza sería el signo más tangible de la fidelidad de Dios hacia quien le es fiel.

        «¿Qué debo hacer?». Es la pregunta que brota de quien se acerca con simpatía a Cristo, de quien se siente fascinado por Él. Es la primera aproximación a la persona de Jesús, que requiere una primera respuesta. «Conoces los mandamientos», es lo primero que se pide a quien comienza a dar una primera respuesta a su búsqueda de verdad, de autenticidad, de plenitud. Pero esto no puede bastar. Para dejarse envolver totalmente por la Persona y la Palabra de Jesús es necesaria una sola cosa: lo que revoluciona verdaderamente el propio modo de creer, de vivir la fe: «Anda, vende lo que tienes y dale el dinero a los pobres... y, luego, sígueme».



        El comentario más hermoso a esta palabra de Jesús es el que viene dado por la experiencia de Pablo: «Lo que para mí podía ser una ganancia lo considero pérdida por Cristo».
        Así pues, si por una parte es importante en las palabras «anda, vende lo que tienes y dale el dinero a los pobres» referirse a los bienes materiales de la persona, esto, sin embargo, es sólo la consecuencia de una actitud más profunda que envuelve al hombre. La "verdadera salvación" está en ser sus discípulos, y sólo en él se recibe aquella plenitud de sentido que nada ni nadie puede dar.

        Y, paradójicamente, al mismo tiempo, todo nos pertenece en Él, porque todo es de Cristo. Pero este paso requiere una conversión profunda: significa dejar aparte el construirse con las propias manos y el acoger la lógica de Dios. Es el "ven y sígueme" lo que introduce en la verdadera sabiduría de Dios: la sabiduría de la cruz.
        El misterio de la muerte y resurrección de Jesucristo que, como cristianos, celebramos cada domingo, es la Sabiduría con la que Dios nos da la vida eterna, introduciéndonos en aquella esperanza de que la vida cristiana es ya un recibir el ciento por uno, junto a las persecuciones y a la vida eterna. 


2. Meditamos la Palabra

 

La  celebración litúrgica de este domingo del Tiempo Ordinario pone en boca de cada uno de nosotros, los creyentes, una pregunta: «¿Entonces, quién puede salvarse?» No es fácil para ninguno de nosotros entrar en la lógica de la sabiduría de la cruz, de aquel amor desarmado y desarmante que es la debilidad de Dios en Jesucristo. Entrar en su lógica es, sobre todo, un DON. 
        
Podemos confrontarnos con algunas preguntas que podrán ayudarnos a interiorizar más la Palabra en nuestra vida:
-  ¿Cómo sigo a Cristo, sabiduría del Padre?
- ¿Estoy dispuesto a dejar seguridades materiales, espirituales, psicológicas, para entrar en el nuevo modo de concebir la relación con el Señor?
- ¿Creo que el cristianismo, antes de ser un esfuerzo, es un fiarse y confiarse totalmente a Cristo?
- En mi camino de respuesta y de adhesión, ¿creo que son más importantes mis esfuerzos o el poder de Dios que obra en mí?

3. Oramos la Palabra


Dejemos que el Señor Jesús ponga, una vez más, sobre nosotros/as su mirada de amor; dejémonos mirar, porque sólo el ACONTECIMIENTO de un encuentro es lo que puede "trastornar" totalmente nuestra existencia y hacernos exclamar con el apóstol Pablo:

«Lo que era para mí ganancia
lo he juzgado pérdida, a causa de Cristo.
Y más aún: todo lo estimo pérdida,
comparado con la excelencia del conocimiento
de Cristo Jesús, mi Señor.

Por él lo perdí todo,
y todo lo estimo basura, 
con tal de ganar a Cristo, y existir en él,
no con una justicia mía -la de la ley-,
sino con la que viene de la fe en Cristo,
la justicia que viene de Dios,
y se apoya en la fe.

Para conocerlo a él, y la fuerza de su resurrección,
y la comunión con sus padecimientos,
muriendo su misma muerte,
para llegar, un día, a la resurrección de entre los muertos.
No es que ya haya conseguido el premio, 
o que ya esté en la meta:
yo sigo corriendo.
Y aunque poseo el premio,
porque Cristo Jesús me lo ha entregado, hermanos,
yo a mí mismo me considero
como si aún no hubiera conseguido el premio.

Sólo busco una cosa:
olvidándome de lo que queda atrás
y lanzándome hacia lo que está por delante,
corro hacia la meta,
para ganar el premio,
al que Dios, desde arriba,
llama en Cristo Jesús.     
                                                             
 (Flp 3,7-14)

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Autora: Hna. Doriana Guiarratana, pddm (Italia)   ·   www.discipulasdm.es

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Autora: Conchi López, pddm (España)