Domingo XXX del Tiempo Ordinario



Lectura orante de Marcos 10,46-52
"Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino"

Lecturas: Jr 31,7-9; Sal 125; Hb 5,1-6; Mc 10,46-52

Invocación al Espíritu

Espíritu Santo,
Luz que penetra los corazones,
abre nuestros ojos 
al asombro de su amor.
Somos ciegos en el camino de la vida,
incapaces de comprender 
lo que Dios quiere hacer con nosotros.
Revélanos su paso, en el camino,
danos fe para salir a su encuentro
y suplicarle, como Bartimeo:
«Señor, que yo vea».

1. Leemos Marcos 10,46-52    

En aquel tiempo, 46 al salir Jesús de Jericó con sus discípulos y bastante gente, el ciego Bartimeo (el hijo de Timeo) estaba sentado al borde del camino pidiendo limosna. 47 Al oír que era Jesús Nazareno, empezó a gritar:
- Hijo de David, ten compasión de mí.
48 Muchos le regañaban para que se callara. Pero él gritaba más:
- Hijo de David, ten compasión de mí.
49 Jesús se detuvo y dijo:
- Llamadlo.
Llamaron al ciego diciéndole:
- Ánimo, levántate, que te llama.
50 Soltó el manto, dio un salto y se acercó a Jesús.
51 Jesús le dijo:
- ¿Qué quieres que haga por ti?
El ciego le contestó:
- Maestro, que pueda ver.
52 Jesús le dijo:
- Anda, tu fe te ha curado.
Y al momento recobró la vista y lo seguía por el camino.

Orientaciones para la lectura 

El relato del ciego Bartimeo es un pasaje clave en el evangelio de Marcos, ya que sobre él descansa la tensión narrativa de toda una sección en la que Jesús va instruyendo a sus discípulos, camino de Jerusalén. Desde que Pedro le confiesa como Mesías, Jesús comienza a enseñarles cómo es su mesianismo y cómo ha de ser el discípulo que desee seguir a un Mesías que se hace siervo por amor. 
Pero los discípulos que, como venimos viendo en domingos anteriores, se muestran bastante faltos de fe, demuestran, a estas alturas del proceso de seguimiento, que todavía no comprenden al Maestro. Leyendo los capítulos 8,31-10,45, nos damos cuenta de que los discípulos pretenden privilegios y poder, mientras que Jesús quiere conducirlos por el camino del servicio y del amor sin límites.

Ese contexto nos hace comprender por qué Marcos sitúa aquí, estratégicamente, el relato del ciego Bartimeo. En otro contexto, este relato sería, simplemente, un milagro de curación. Aquí es, además, un relato de llamada, seguimiento y discipulado.



Bartimeo es, para Marcos, prototipo de la ceguera de los discípulos, aferrados a sus falsas seguridades (simbolizadas en el manto) y protagonistas de una vida estática y falta de vitalidad y dinamismo creyente. El evangelio nos dice que el mendigo ciego se hallaba sentado al borde del camino, como sentado al mostrador de los impuestos encontramos a Leví (cf. Mc 2,14). 

Sentado. Una postura que indica inactividad, falta de movimiento, de iniciativa, de fundamento para ponerse en pie y echar a andar. Indica un cierto "apoltronamiento" en "lo de siempre" y una falta de audacia y valentía para abrazar lo nuevo. De Bartimeo se dice, además, que estaba "junto al camino", es decir, parado, no haciendo camino, no construyéndose a sí mismo ni tampoco inventando una historia compartida con otros.


Pues bien, es ahí, en su ceguera y su anclaje en lo antiguo, donde el Maestro Jesús, movido por su compasión, lo llama. Es bonito detenerse, como testigos privilegiados, en esta escena de encuentro: el deseo del ciego Bartimeo convertido en grito y en súplica, la escucha atenta de Jesús, la llamada, el salto apresurado y gozoso del ciego, la concesión de su deseo, y el reconocimiento de una fe que lo llevó a superar su resignación y su miedo.
Bartimeo acude a las entrañas compasivas de Jesús y obtiene respuesta. 
Marcos termina así su relato: «Y, al instante, recobró la vista y lo seguía por el camino». Bartimeo deja atrás su antigua vida de ciego, representada por su manto, como Pedro, Andrés, Santiago y Juan dejaron sus redes, sus barcas y a sus familias (Mc 1,16-20), como Leví dejó su trabajo de recaudador (Mc 2,13-17), como la samaritana dejó su cántaro (Jn 4,28)... Y todos encontraron una alegría que nadie ya pudo quitarles, porque Jesús fue su manto protector, su padre y su madre, su torrente de agua viva... 

Te proponemos leer y releer el relato de Bartimeo en clave de llamada y seguimiento, tratando de situarte en la escena para descubrir la Buena Noticia que tiene Jesús, hoy, para ti.


2. Meditamos la Palabra


No estoy ciega. Es más, tengo una vista espléndida. Y, sin embargo, no me cuesta reconocerme en Bartimeo, el mendigo ciego de Jericó. Entre él y yo hay una gran semejanza y también algo que nos separa. La semejanza reside en otro tipo de ceguera de la que adolezco: ceguera para reconocer, en todo momento, la mano de Dios sobre mi historia personal y la de nuestro mundo; ceguera para fiarme enteramente del amor providente de nuestro Dios, Padre y Madre de inmensa ternura. Esa ceguera que me postra en ocasiones, me roba energía y me hace pasiva frente a la vida es lo que me une a Bartimeo.
      Pero hay algo que me distancia de él, y es que Bartimeo tuvo una fe como para mover montañas y curar cegueras: fe en que al Maestro de Nazaret nada le era imposible; fe para pedir con insistencia: «Hijo de David, Jesús, ten compasión de mí».
    ¡Cuántas veces me sorprendo a mí misma lamentando mi mala suerte: la pérdida de oportunidades profesionales, un pequeño revés en la salud, el fracaso de unos planes... sin que mi fe sea capaz de ponerme en pie, arrojar el manto de la preocupación que me cubre y confiar en que todo inconveniente puede convertirse en oportunidad para mejorar mi vida y sembrar el Reino!
    Mis ojos no están ciegos, pero mi corazón necesita aún la luz de la fe para arrojar mis capas de desconfianza y poder seguir a Jesús, con libertad y alegría, por el camino.

Puntos para la meditación:
  •      ¿Tú vida se parece en algo a la de Bartimeo?
  •      ¿Pides, con insistencia, a Jesús que te saque de tu situación a pesar de que, en ocasiones, parezca que no tiene mucho remedio?   
  •       ¿Encuentras fuerza en Jesús para ponerte en pie y buscar, creativamente, soluciones a tus problemas? ¿Cómo es tu fe?
  •       ¿Qué buena noticia encuentras en el evangelio de hoy, para ti?

 

3. Oramos la Palabra


a) La oración de Jesús: la petición del ciego Bartimeo y de otros personajes del evangelio (cf. Mt 20,30.31; Lc 17,13; Lc 18,13) se convirtió en una oración muy querida para la Iglesia de oriente y, en particular, para la Iglesia ortodoxa rusa. Dicha práctica oracional recibe el nombre de la oración de Jesús u oración del corazón, popularizada por El peregrino ruso.
        La primera propuesta de oración es ésta: siéntate en un lugar tranquilo y cómodo y ora, con atención, al ritmo de tu respiración, esta oración a modo de "mantra":

Señor Jesucristo, Hijo de David,

ten misericordia de mí.

                                                 

b) La primera lectura de este domingo, tomada del profeta Jeremías, invita a los israelitas a gritar de alegría por la salvación que el Señor va a regalar al resto de su pueblo, entre el cual se pueden contar ciegos y cojos, mujeres encinta y recién paridas. A éstos los traerá el Señor de su destierro, adonde fueron entre lágrimas, y los guiará en medio de consuelos hacia torrentes de agua donde quedará saciada su sed. Imágenes hermosas para hablar de un cambio de suerte como la que le acaeció al ciego Bartimeo y puede ocurrirnos a nosotros/as de forma inesperada. 
        El salmo 125 expresa a Dios el agradecimiento y la alegría por una experiencia de salvación en la que, al llanto, ha sucedido la risa y, a la amargura, el canto.
        Hacemos memoria de alguna experiencia de salvación que hayamos vivido en la última etapa de nuestra vida y oramos a Dios con estas palabras:

El Señor ha estado grande con nosotros y estamos alegres


Cuando el Señor cambió la suerte de Sión,
nos parecía soñar:
La boca se nos llenaba de risas,
la lengua de cantares.
 
Hasta los gentiles decían:
«El Señor ha estado grande con ellos.»
El Señor ha estado grande con nosotros
y estamos alegres

Que el Señor cambie nuestra suerte,
como los torrentes del Negueb.
Los que sembraban con lágrimas
cosechan entre cantares.

Al ir, iba llorando,
llevando la semilla;
al volver, vuelve cantando,
trayendo sus gavillas.

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  Autora: Conchi Lòpez, pddm (España) · Descargar en Word  · Lectio Divina equipo pddm

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