I Domingo de Adviento

Lectio Divina de Lucas 21,25-28.34-36
«Levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación»

Lecturas: Jr 33,14-16; Sal 24; 1 Ts 3,12-4,2; Lc 21,25-28.34-36

       INVOCACIÓN AL ESPÍRITU

Soplo de vida
que llevas a cumplimiento
las promesas del Dios Amor,
ven e irrumpe en nuestras vidas
ahora que nos disponemos a esperar.
 
Ven y haz que nuestra espera sea ardiente.
Ven y sostennos hasta que vuelva
aquel a quien anhelamos.
Ven y apasiona nuestras vidas
mientras Él llega.
Ven y calienta nuestros corazones
con una caridad auténtica.
 
Ven, Espíritu,
ilumina nuestras mentes,
serena nuestras entrañas
para que te acojamos sin temor
y nos abramos a la Palabra de la Vida,
que quiere encender las ascuas
de nuestro espíritu
para que ardamos en la vivencia de la fe.  


Lectura del evangelio según san Lucas

En aquel tiempo, dijo Jesús a sus discípulos:
- Habrá signos en el sol y la luna y las estrellas, y en la tierra angustia de las gentes, enloquecidas por el estruendo del mar y el oleaje. Los hombres quedarán sin aliento por el miedo y la ansiedad ante lo que se le viene encima al mundo, pues los astros se tambalearán.

     Entonces verán al Hijo del hombre venir en una nube, con gran poder y majestad.
        Cuando empiece a suceder esto, levantaos, alzad la cabeza: se acerca vuestra liberación.
        Tened cuidado: no se os embote la mente con el vicio, la bebida y los agobios de la vida, y se os eche encima de repente aquel día; porque caerá como un lazo sobre todos los habitantes de la tierra. 
       Estad siempre despiertos, pidiendo fuerza para escapar de todo lo que está por venir y manteneos en pie ante el Hijo del hombre.


1. Lectio

       El tercer evangelio propone la predicación del Reino de Dios al comienzo. Jesús, es sin duda, el centro de la Buena Nueva, es el anunciador del Reino. Esto está unido a los acontecimientos del fin de los tiempos, que es uno de los temas fundamentales para las primeras comunidades junto con el tema de la segunda venida del Señor Jesús en gloria.
        Para este evangelista los signos en el cielo anuncian claramente la venida del Hijo del Hombre. Lucas distingue y define con nitidez los sucesos del fin del mundo, los signos que lo preceden y especialmente, los temores de las gentes ante la desaparición del mundo y de la historia. Por ello Lucas invita a los cristianos de cualquier época a esperar esa venida para su liberación definitiva y la llegada del Reino; y esta espera conlleva que los cristianos vigilen y oren.
        Sin duda alguna, Lucas reacciona frente al antiguo judaísmo que busca describir con exactitud los signos futuros y, sobre todo, la fecha del fin de los tiempos. En cambio, después de esos signos quien llega es el Señor del Universo. Claramente para Lucas el Hijo del Hombre es Jesús, como podemos ver a lo largo de su evangelio.
        En la perícopa del evangelio de hoy aparecen sucesos catastróficos; pero cuando estos se den, no seguirá la desaparición definitiva en el proyecto de Lucas, sino que Cristo constituirá la desaparición plena del mal, del pecado que produce las catástrofes del mundo y de los hombres y nos ofrecerá el Reino de la salvación.
        Las expresiones “Levantaos” y “estad despiertos” son las actitudes que Lucas invita a asumir a los cristianos ante la llegada del Reino de la Vida, es decir, ante la verdadera y auténtica liberación que sólo trae Jesús.

2. Meditatio

EL CRISTIANO NO TIEMBLA, SE ALEGRA

Celebrábamos hace una semana la solemnidad de Cristo, Rey del universo y festejábamos que no existe fuerza alguna por encima de él. Si proclamamos que Cristo es el rey del universo es que todas las fuerzas le están sometidas y nada ni nadie tiene poder sobre él. Algo similar parece representar la escena del evangelio de hoy. Resulta que “habrá signos en el sol y la luna y las estrellas”, y en la tierra los hombres sentirán angustia por el enorme “estruendo del mar y el oleaje”, pero entonces aparecerá el Hijo del Hombre con gran poder y gloria. Esta imagen no dista mucho de cómo imaginamos a los reyes en nuestro mundo. Nos resulta difícil pensar en un rey sin poderío y majestad, sin dominio y cortes que le sirvan. Precisamente hablábamos de un reino que no es de este mundo, de un rey que ha venido para ser testigo de la verdad y ahora el evangelio nos sorprende con el Hijo del Hombre que viene en una nube. ¡Qué difícil es a veces entrar en la esencia y el misterio del verdadero Jesús! Pero el Espíritu nos ha enseñado ya muchas cosas, y así como su reino es de justicia y paz, de servicio y de verdad, esta semana el evangelio no pretende asustarnos sino recordarnos la grandeza de un Dios que viene a nosotros y que está por encima de todo aquello que nos asusta y nos hace tambalear. Y es que el cristiano no es el hombre que tiembla sino que se alegra por la venida del Dios entrañable y sale a su encuentro con enorme confianza. Nuestro Dios no es el Dios terrorífico que se entretiene moviendo los astros para indicarnos que ya llega y por eso es preciso asustarse y temerle.
 
            La humanidad ha vivido momentos muy trágicos, los pueblos de la tierra han sufrido verdaderos dramas, los hombres y mujeres de nuestro mundo siguen viviendo en su propia carne situaciones verdaderamente dolorosas que bien “merecerían” una aparición del Hijo del Hombre que hiciera justicia entre las gentes y acabara con tanta angustia humana. Pero no es éste su estilo ni su opción.

            Los signos en nuestro mundo son múltiples, estamos rodeados de ellos por todas partes si queremos encontrar a Dios en nuestra historia y en la de la humanidad. Si abrimos bien los ojos, descubriremos a Jesús que viene en los acontecimientos cotidianos –no en la nube de la prepotencia o de las grandes intervenciones. En todos los eventos viene el Señor a nosotros cada día, en cada situación, en cada encuentro... Como cristianos que creen en la Encarnación no podemos buscar a Dios en lo espectacular o en las grandes catástrofes, no podemos esperar circunstancias o signos especiales, no podemos pretender hallarlo sólo en el estruendo que angustia a nuestras gentes aunque también aquí esté.
            Es preciso que el Espíritu nos acompañe en nuestro paso por la historia para reconocer a Dios en lo habitual, lo pequeño y lo sencillo. Pero deberá asistirnos también en la lectura de los tiempos que vivimos para que no se nos escape su presencia liberadora allá donde quiere hacerse realmente presente el Reino de Dios.
 
            Hoy más que nunca es preciso estar atentos para que no se embote nuestra mente con los criterios de una vida facilona y cómoda que rehuye el servicio y la entrega y busca por encima de todo los propios intereses. Hoy los vicios del consumo y la apariencia pueden hacernos ciegos a los verdaderos valores y caer rendidos como esclavos de una sociedad preocupada exclusivamente por el dinero y el éxito.
           
Si no vigilamos nuestra vida, transcurrirá vacía, nuestros días pueden sucederse sin vivirlos enzarzados en un montón de preocupaciones sutiles que nos mantendrán atados sin darnos cuenta. Tales hilos sutilísimos se convertirán en un lazo si no vivimos en una permanente revisión y búsqueda de lo esencial.
           
Urge en nuestros días vivir con la cabeza bien levantada, erguidos, mirando al frente, observando la vida cara a cara, con los ojos bien abiertos, sin miedo, para que no nos arrastren corrientes que no deseamos, para que nuestra vida no se convierta en instrumento que otros muevan a su antojo, para que nuestras horas sean vividas en la libertad de los hijos e hijas de Dios que optan y eligen lo que quieren vivir para construir el Reino de Dios aquí y ahora.
 
            Los cristianos no podemos vivir arrastrándonos, sino como mujeres y hombres liberados que han experimentado que sólo la verdad y el caminar tras las huellas del Resucitado hacen realmente libres. Es muy fácil dejar que nuestra mente se embote, por eso es preciso clamar constantemente al Señor y pedirle fuerza para poder escapar de las continuas esclavitudes y engaños en los que podemos enzarzarnos. “El Espíritu está pronto pero la carne es débil” (Mc 14,38) y por ello sólo con la fuerza de la gracia y de su misericordia podremos mantenernos en pie ante nuestro Dios hoy y en aquel día; “nosotros no vivimos en tinieblas para que ese día no nos sorprenda como un ladrón, porque somos hijos de la luz e hijos del día, no lo somos de la noche” (cf. I Tes.5,4-5).
           
Los cristianos hemos de vivir despiertos y vigilantes para descubrir al Hijo del Hombre que viene continuamente a nuestros rincones y construye su Reino con los gestos, las palabras y los silencios de los hombres y mujeres de todos los tiempos, también de los nuestros. Pero no menos atención se nos pide para poder vislumbrar todo aquello que, como cizaña, crece entre nosotros y nos seduce sin apenas percibirlo.  
           
Los cristianos no somos esos seres catastróficos que en su boca siempre tienen profecías de desencanto para asustar a los hombres y mujeres de su tiempo; por el contrario, los cristianos somos los que han de levantar la bandera de la esperanza para que hondee en cualquier situación por oscura que parezca a primera vista, porque sabemos que todo un Dios viene a cada instante a nuestra propia historia, está con nosotros y lo estará para siempre porque somos de él y nada ni nadie podrá separarnos de su amor eterno, ni principados ni potestades, ni fuerza alguna, ya que un día nos compró con su propia sangre.
           
Los cristianos sabemos que nuestro Dios no es un ser vengador que desea sorprendernos para castigarnos. Por eso no somos seres miedosos, pues el Dios de Jesús es un “Dios de vivos y no de muertos”, porque, a pesar de nuestro pecado del que somos bien conscientes, siempre podemos “acercarnos con seguridad al trono de la gracia para alcanzar misericordia y encontrar gracia que nos auxilie oportunamente” (cf. Hb 4,16) ya que “tenemos un sumo sacerdote capaz de compadecerse de nuestras debilidades” (cfr Hb 4,15).
 
            Porque no tememos al Dios que viene y vendrá sino que lo esperamos amorosamente, nos comprometemos a levantar su Reino con nuestras pequeñas manos; y, porque lo anhelamos, sobre todo con los que más sufren su ausencia en este mundo, nos atrevemos a gritar, alzada nuestra cabeza: “Continúa viniendo Señor y concédenos una mirada que te reconozca”.  


3. Oratio

Oración personal:


Al comenzar un nuevo Adviento,
deseamos que se robustezca nuestra esperanza
para que no nos falten deseos 
del Señor de la Vida
que viene y vendrá.
 
Deseo que mis deseos sean apasionados,
deseo que mi espera no se enfríe,
deseo que mi caridad no decaiga,
deseo que mi oración no sea rutinaria.
Deseo que mi vida no sea de pasada,
deseo que mi corazón lata al compás 
de muchos otros,
deseo que mi fe no se sienta asegurada,
deseo que mi canto testimonie mi esperanza.
 
Sí, Señor que vienes,
haznos seres llenos de deseos,
hombres y mujeres de esperanza,
que aún esperan de la vida la sorpresa
que puede regalarnos cada jornada.
Mujeres y hombres liberados
por la fuerza sorprendente de tu mirada 
y tu Palabra.

Mujeres y hombres despiertos
porque se han encontrado contigo 
y no pueden vivir aletargados.
Mujeres y hombres valientes
que han disuelto sus miedos al calor 
de tu corazón.
Mujeres y hombres del Reino constructores
que no pueden vivir sus días
sin responder a los clamores de otros corazones.

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Autora: Pilar Casarrubios  ·   www.discipulasdm.es

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