Lectura Orante de Juan
"Haced lo que Él os diga"
Lecturas: Is 62,1-5; Sal
95,1-10; 1 Co 12,4-11; Jn 2,1-12
INVOCACIÓN
AL ESPÍRITU
Entrando en un
clima de encuentro con Dios, que nos conduce a la Palabra, nos confiamos a
María, mujer enteramente abierta y dócil a la acción del Espíritu, y pedimos la
gracia de poder situarnos ante Dios con sus mismas actitudes interiores. En sus
manos ponemos todos los obstáculos que aún nos impiden dejar actuar libremente
a Jesús en nosotros/as.
- A ti,
Espíritu de verdad, te consagro la mente, la imaginación, la memoria:
ilumíname.
- A ti,
Espíritu santificador, te consagro mi voluntad: guíame según tus deseos.
- A ti,
Espíritu vivificador, te consagro mi corazón: guarda y acrecienta en mí la vida
divina.
Lectura del evangelio según San Juan
1 En aquel tiempo, había una boda en Caná
de Galilea y la madre de Jesús estaba allí; 2Jesús
y sus discípulos estaban también invitados a la boda.
3 Faltó el vino y la madre de
Jesús le dijo:
- No les queda vino.
4 Jesús le contestó:
- Mujer,
déjame, todavía no ha llegado mi hora.
5 Su madre dijo a los
sirvientes:
- Haced lo
que él os diga.
6 Había allí colocadas seis
tinajas de piedra, para las purificaciones de los judíos, de unos cien litros
cada una.
7 Jesús les dijo:
- Llenad las
tinajas de agua.
Y las llenaron hasta arriba.
Entonces les mandó:
- 8 Sacad ahora, y llevádselo al mayordomo.
Ellos se lo llevaron.
9 El mayordomo probó el agua
convertida en vino sin saber de dónde venía (los sirvientes sí lo sabían, pues
habían sacado el agua), y entonces llamó al novio 10 y le dijo:
- Todo el
mundo pone primero el vino bueno y, cuando ya están bebidos, el peor; tú, en
cambio, has guardado el vino bueno hasta ahora.
11 Así, en Caná de Galilea,
Jesús comenzó sus signos, manifestó su gloria y creció la fe de sus discípulos
en él.
12 Después bajó a Cafarnaúm
con su madre y sus hermanos y sus discípulos, pero no se quedaron allí muchos
días.
1. Lectio
En el segundo domingo del tiempo
ordinario, la Iglesia nos propone para nuestra reflexión y contemplación el
comienzo de los signos de Jesús, que tuvo lugar en Caná de Galilea. Recordamos,
como característica propia del cuarto evangelio, el hecho de que al autor no le
interesa transmitir los hechos de modo cronológico, sino el significado de los
mismos. A través de esos signos, Jesús se revela a sí mismo y, al mismo tiempo,
revela el misterio del Padre (cf. Jn 14,9). Estos signos indican el modo de
actuar de Dios en la vida de todo hombre. Él viene continuamente al hombre para
hacerle partícipe de su vida divina; quiere unirse al hombre con un vínculo de
amor, para que también el hombre pueda, en su libertad, responder con una
decisión de adhesión total a su Creador y Esposo.
El domingo pasado hemos visto a
Jesús, Hijo amado del Padre, que, en su humildad, recibe el bautismo de
penitencia de Juan Bautista. Después de treinta años de vida escondida en
Nazaret, Jesús continúa cumpliendo la voluntad de su Padre entrando en la nueva
etapa de su vida pública. Juan ha preparado el camino para Jesús. Lo ha
indicado y ha dado testimonio de que Él es el Hijo de Dios (Jn 1,29ss). Los
discípulos de Juan, atraídos por la persona de Jesús e invitados por Él mismo a
seguirle (Jn 1,39), comienzan a dar los primeros pasos en la escuela del nuevo
Maestro.
Hoy vemos que Jesús se encuentra
con sus discípulos en Galilea. Juan subraya que "tres días después,
hubo una boda" (v.1). El tercer día recuerda el episodio en que
Jesús, adolescente, fue encontrado en el templo por María y por José (Lc 2,46).
Sus padres, tras la experiencia de dolor por la pérdida, experimentan una gran
alegría. El tercer día recuerda, también, la resurrección de Jesús, el día de
la alegría, de la victoria y del triunfo del amor.
El hecho de que haya una fiesta de bodas
está ligado a la experiencia de amor entre un hombre y una mujer que, según el
designio de Dios (cf. Gn 1,28; 2,24), desean vivir en comunión de vida. Las
bodas sellan la vida nueva que nace del amor. Las bodas son imagen del amor
entre Dios y el hombre. El profeta Oseas es el primero, en el A.T., que usa la
imagen esponsal para referirse a la alianza entre Dios y el hombre. Y Jesús se
va a presentar también como el Esposo que se encuentra en medio de los invitados
a las bodas. Por eso sus discípulos deben alegrarse y gozar por esta hermosa
presencia del Esposo (cf. Mc 2,19; Jn 2,29).
En esta fiesta de bodas, está presente la
Madre de Jesús,
aquella cuyo espíritu exulta siempre en Dios porque la ha llenado con la
plenitud de su Espíritu Santo (Lc 1,35.47). María comparte, allí donde se
encuentra, esta alegría del Espíritu y, a través de sus palabras y gestos,
irradia la presencia de Dios: "apenas llegó tu saludo a mis oídos, el niño
saltó de alegría en mi vientre...", dice su prima Isabel (Lc 1,44).
A las bodas fue invitado Jesús
con sus discípulos
(v.2). Jesús no rechaza nunca una invitación del hombre, y no desprecia a
nadie, porque toda persona es preciosa a sus ojos. Siempre acude de buen gusto
allí donde el hombre lo invita y lo espera. Su amor es gratuito e
incondicional, y por esto Él no elige a las personas más dignas según los
criterios humanos. Jesús se deja invitar por todos: por los publicanos y
pecadores (cf. Lc 5,29), y también por los fariseos (cf. Lc 7,36). El Reino de
Dios anunciado por Jesús es semejante a un banquete de bodas (Mt 22,2) donde
todos son invitados. La invitación que el hombre hace a Jesús es siempre la
respuesta a la invitación de Dios, que nos ha amado primero.
En esta fiesta de bodas falta
el vino (v.3), elemento indispensable para la fiesta. Y Jesús, Aquél en
quien reside toda la plenitud (cf. Col 1,19), quiere estar presente en las
situaciones de carencia e insuficiencia humana. Los límites humanos, vividos de
modo justo, siempre le sirven a Dios para revelar su bondad misericordiosa (cf.
Jn 5,6ss; 11,4).
Y María no se queda
indiferente en esta situación de falta de vino, sino que, en su obrar, se
hace totalmente dependiente de Jesús. En ella podemos ver a una mujer sensible
y atenta a las necesidades humanas de los demás y, al mismo tiempo, una mujer
totalmente orientada hacia su Hijo. ¡Con qué claridad le presenta a Él las
verdaderas necesidades de los hombres! María no exige nada a Jesús; ni siquiera
le propone lo que sería justo hacer en este momento. Se comporta como una
verdadera discípula de Jesús, poniendo en Él toda su confianza. Ella está
segura de que Jesús hará todo lo que sea mejor. Siendo libre de su propia
voluntad, deja decidir a Jesús porque sólo la voluntad de Jesús (que no es otra
que la del Padre) lleva al hombre a su verdadero bien.
La respuesta de Jesús (v.4) es difícil de comprender
y no nos parece adecuada a la propuesta de María. Recuerda aquella otra
respuesta dada por Jesús, adolescente, a su madre, en el templo: "¿No
sabíais que yo debo ocuparme de las cosas de mi Padre?" (Lc 2,49).
Jesús no busca su propia voluntad, sino la del Padre que lo ha enviado (Jn
5,30). Pero, aceptando los límites humanos, también Jesús discierne lo que le
agrada al Padre, y María ayuda a Jesús en esa tarea de discernimiento; es
colaboradora suya en esta obra. Jesús indica que su hora no ha llegado
todavía, porque la hora de la plena revelación del amor del Padre se está
acercando (cf. Jn 4,21; 5,25) y se cumplirá en la muerte y resurrección de
Jesús (cf. Jn 13,1), pero no ha llegado todavía. En esta hora, Jesús nos dará a
María como madre nuestra (Jn 19,27).
María ayuda a los criados a no
concentrarse en la falta de vino y a abrirse, en esta situación, a lo que es
esencial en su vida, es decir, entrar en relación con Jesús (v. 5). Aquella que
nos ha precedido en la apertura para escuchar y realizar la Palabra de Dios en
la propia vida invita también a los siervos a hacer lo que diga Jesús. No basta
con escuchar. Se debe obrar porque sólo quien hace la voluntad del Padre
entrará en su Reino (cf. Mt 7,21).
Jesús manda a los siervos llenar
las tinajas de agua (vv. 6-7). Jesús aprovecha aquellos recursos con los
que contamos, por limitados que sean. El número seis es símbolo de la
naturaleza humana: el hombre ha sido creado el día sexto. Dios quiere
transformar nuestra naturaleza, pero requiere colaboración por nuestra parte.
Él no pide que hagamos cosas imposibles. Los siervos deben, solamente, llenar
las tinajas. Esto requería esfuerzo y tiempo para hacerlo pero, sobre todo, la
confianza de que aquello que hacen tiene sentido, aunque sea sencillo y
cotidiano. Todas las cosas, incluso las más pequeñas, hechas según la voluntad
de Jesús, llevan a revelar, a su tiempo, la gloria de Dios.
Los siervos, sin pedir explicaciones, hacen
lo que Jesús les ordena y llevan el vino al maestresala (v.8). De este modo se
convierten en dóciles colaboradores de Jesús en el cumplimiento del primer
signo. La fuerza de transformar el agua en vino no está en ellos, sino en
Jesús. La grandeza del hombre reside en saber colaborar plenamente con Dios,
que, obrando de modo escondido en nuestra naturaleza, la transforma
maravillosamente (Mc 4,26ss).
2.
Meditatio
La Palabra de
Dios, iluminando mi realidad personal, me cuestiona del siguiente modo:
- ¿Cuál es
mi actitud en situaciones de carencias y limitaciones humanas?
- ¿Qué
lugar reservo a María en mi camino de discipulado en el seguimiento de Jesús?
- ¿Escucho
la invitación de María: "Haz lo que Él te diga", y trato de vivir el
Evangelio, en lo cotidiano, desde la obediencia de la fe?
La luz que viene de la Palabra de Dios de hoy me impulsa
a pedir la gracia de la fe en la presencia real de Jesús y de su Madre en cada
situación de mi vida, especialmente en situaciones de carencia y limitación.
Soy consciente de que, por mí misma, no logro discernir de modo objetivo mis
propias necesidades y las de los otros. Lo que a mí me parece necesario o
importante puede incluso resultar muy secundario. En todo esto descubro la
presencia de María que, llena del Espíritu Santo, sabe discernir lo que es
bueno (cf. Rm 12,2) y útil para nosotros en cada situación. La intercesión de
María es eficaz, como hemos visto en el episodio de Caná de Galilea. Su cuidado
se orienta a darnos lo que es mejor, es decir, a formar en nuestra persona a su
Hijo. El beato Santiago Alberione solía decir: «María toma la gracia de Dios
para dárnosla, a nosotros nos quita el amor propio y lo sustituye por el amor
de Dios».
3.
Oratio
Oración de Consagración a María (del beato Santiago
Alberione)
Recíbeme, María, madre, maestra y reina,
entre los que amas,
cuidas, santificas y formas
en la escuela de
Jesucristo, Divino Maestro.
Tú reconoces en los
planes de Dios a los hijos que él elige,
y, con tu oración, les
obtienes gracia, luz y auxilios especiales.
Mi maestro, Jesucristo, se confió totalmente a ti
desde la encarnación
hasta la ascensión,
y esto es para mí
enseñanza, ejemplo y don inefable,
por lo que también yo me
pongo plenamente en tus manos.
Consígueme la gracia de
conocer, imitar y amar
cada vez más a Jesús
Maestro, camino, verdad y vida.
Preséntame a él, pues
soy un pecador indigno
sin más título que tu
recomendación para ser admitido a su escuela.
Ilumina mi mente, fortalece mi voluntad,
santifica mi corazón en
esta etapa de mi trabajo espiritual,
para que aproveche tu
gran misericordia
y pueda al fin decir:
«Vivo yo, pero no soy
yo,
es Cristo quien vive en
mí» (Gál 2,20).
Apóstol san Pablo, padre mío y fidelísimo
discípulo de Jesús,
fortalece mi voluntad:
quiero comprometerme con toda el alma
hasta que
se forme Jesucristo en mí.
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Autora: Úrszula Szymanska, pddm (Polonia) · www.discipulasdm.es
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
- - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - - -
Puedes consultar también: