Judit y el Dios de los humildes

12 Todas las mujeres de Israel acudieron para verla y la bendecían danzando en coro. Judit tomaba tirsos con la mano y los distribuía entre las mujeres que estaban a su lado. 13 Ellas y sus acompañantes se coronaron con coronas de olivo; después, dirigiendo el coro de las mujeres, se puso danzando a la cabeza de todo el pueblo. La seguían los hombres de Israel, armados de sus armas, llevando coronas y cantando himnos. 14 Judit entonó, en medio de todo Israel, este himno de acción de gracias y todo el pueblo repetía sus alabanzas:

16 1 ¡Alabad a mi Dios con tamboriles,
elevad cantos al Señor con címbalos,
ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza,
ensalzad e invocad su Nombre!

2 Porque el Señor es un Dios quebrantador de guerras,         
porque en sus campos, en medio de su pueblo,         
me arrancó de la mano de mis perseguidores.

3 Vinieron los asirios de los montes del norte,         
vinieron con tropa innumerable;         
su muchedumbre obstruía los torrentes,         
y sus caballos cubrían las colinas.
4 Hablaba de incendiar mis tierras,         
de pasar mis jóvenes a espada,         
de estrellar contra el suelo a los lactantes,         
de entregar como botín a mis niños         
y de dar como presa a mis doncellas.

5 El Señor Omnipotente         
por mano de mujer los anuló.

El contexto de Judit: la amenaza de un pueblo opresor

Queremos acercarnos hoy a la figura de una mujer bíblica introducidos por esta escena vibrante y llena de gozo, en la que un grupo de mujeres, con Judit a la cabeza, va entonando un salmo de alabanza para festejar su victoria sobre el enemigo, como ya hiciera María cantando y danzando tras el paso del mar Rojo (Éx 15,20-21). El salmo, del que hemos seleccionado solo los primeros versículos, resume la tragedia de un pueblo pequeño y débil amenazado de exterminio por una superpotencia opresora, y la gozosa experiencia de verse liberados por su Dios.
Recordemos brevemente la composición del libro de Judit. El libro está dividido en dos secciones: los capítulos 1 al 7 presentan a los protagonistas y ambientan con todo detalle el drama del pueblo judío asediado en la ciudad de Betulia por el poderoso ejército de Holofernes. Los capítulos 8 al 16 narran la intervención de Judit y la victoria de los israelitas “por mano de mujer”.
 
La trama comienza con la presentación de Nabucodonosor, “rey de los asirios en Nínive” (ya sabemos, por la historia, que Nabuco fue rey de Babilonia…), que decide hacerle la guerra al rey de Media e invita a participar en ella a los pueblos del contorno. Éstos no acuden a su convocatoria, de modo que Nabucodonosor realiza la guerra solo, vence a su enemigo (1,13-16) y decide llevar a cabo una campaña militar absolutamente destructiva contra sus vecinos, en venganza por desatender su llamada. Desde el primer momento, el narrador nos deja claro el orgullo y prepotencia del rey Asirio. Orgullo compartido por su general, Holofernes, quien, valiéndose de un ejército “tan numeroso como la langosta y como la arena de la tierra” (2,20), pasa “devastando”, “arrasando”, “incendiando” y “exterminando” (2,23-28), hasta lograr la rendición y vasallaje de todos sus vecinos. Todos, menos uno: el pequeño e insignificante pueblo de Israel, adorador del “Dios del cielo”. Enfurecido e indignado por la resistencia de ese ridículo enemigo, Holofernes rodea Betulia y planea vencerles sin entablar batalla, tan solo asediando la ciudad y cerrando el paso a las fuentes de agua. El salmo canta el plan terrible del enemigo: estrellar contra el suelo a los niños de pecho, violar a las mujeres o tomarlas como esclavas sexuales, asesinar a los jóvenes, incendiar las cosechas… Destruirlo todo y a todos de raíz. Nada distinto de lo que se sigue haciendo hoy en las docenas de conflictos bélicos de todo el mundo. Pero no sabía Holofernes que el Dios quebrantador de guerras saldría a rescatar a sus pequeños. 
Después de treinta y cuatro días cercados por el ejército asirio, el pueblo, desfallecido de hambre y sed, “clamó a grandes voces” y reclamó a los dirigentes de la ciudad la rendición. “Seremos sus esclavos pero salvaremos la vida…”, dicen los hombres de Betulia (7,27). La situación nos recuerda la de los israelitas que claman en el desierto y piden retornar a las hoyas de Egipto… Entonces los ancianos decidieron esperar cinco días más para ver si, en ese plazo, Dios hacía algo.
Y es en este momento, en el que el pueblo clama desde el fondo de su desesperación, cuando surge y se eleva la figura de una mujer, Judit, una joven viuda, rica, hermosa y temerosa de Dios, dispuesta a “hacer algo que se transmitirá de generación en generación” (8,32). El capítulo 8 nos describe a Judit y su situación vital: viuda desde hacía tres años, permanecía en su casa desde la muerte de su marido, ceñida de sayal y vestida de viuda, y llevando una vida austera de ayunos y oración. Con todo, no resulta una figura sombría. En las fiestas de Israel, Judit sabe participar del regocijo de los suyos (8,6).

Judit, una mujer de oración y acción

Un dato llama la atención en la presentación de la protagonista Judit: ella se había hecho construir un ático en la terraza de su casa. Y dice Juan Manuel Martín Moreno al respecto: “Desde allí podía contemplar el cielo y las estrellas, pero también podía contemplar las calles de su ciudad y los sufrimientos de sus gentes (…). En su sabiduría, Judit creó un espacio de libertad donde mantener un contacto íntimo con Dios. Y desde esta atalaya, desde este pequeño espacio liberado y liberador, fue capaz de percibir los peligros reales de su gente y sacarla de su desesperación y derrota. En esos momentos de oración, recibió la inspiración para determinar la estrategia a seguir y la increíble fuerza para entrar en la boca del lobo y meterse en la misma tienda del general Holofernes y cortar su cabeza.

Al final de la historia, Judit, “la judía”, consigue liberar a su pueblo de aquel Hitler cruel que amenazaba con el genocidio de su pueblo. Judit no se limitó a orar en su oratorio sino que arriesgó su vida en el intento, superando todos sus miedos”.
Judit no es la única mujer que, en la Biblia, pospone la salvagurada de su propia vida por el bien de su pueblo. Ester también se expuso ante el voluble y caprichoso rey Asuero. Tampoco es el único personaje que lucha desde la desproporción de la fuerza, desde una evidente debilidad frente a un enemigo imponente: el niño David luchó contra Goliat, Yael acabó con Sísara, Gedeón luchó contra miles él solo acompañado por su escudero… En Judit volvió a hacerse realidad la Palabra de Dios que nos promete que, en nuestra debilidad, triunfa su fuerza (cf. 2 Co 12,9-10).ç
Ésta es, en resumen, la historia de Judit, mujer llena de sabiduría, inteligencia y bondad (8,29), mujer que creyó en el poder de Dios para salvar a su pueblo a su modo y en su tiempo, y colaboró con él incluso poniendo en peligro su vida. De ella tenemos mucho que aprender. Por ejemplo, su capacidad de estar continuamente conectada con Dios, con “la mente de Dios” (cf. 8,12-17), con su modo de actuar y sus designios, lo que la hacía más sagaz que los ancianos y más sensible a la desdicha de su prójimo. Judit fue puente, mediadora y madre de Israel. Su fuerza le venía de Dios. No permaneció instalada en la seguridad de su estatus. Bajó de su seguridad, entró en el peligro de la mano de su Dios, destruyó al opresor, consoló a su pueblo… “y ya nadie atemorizo a los israelitas mientras vivió Judit ni en mucho tiempo después de su muerte” (16,25).

Para la reflexión personal

1. ¿Vivimos con los ojos y los oídos abiertos al “clamor” de quienes nos rodean? ¿Conocemos nuestra situación social? ¿Somos conscientes de las situaciones desesperadas de tanta gente, sobre todo en la crisis económica que atraviesa nuestro país? ¿Meditamos y decidimos, en nuestro ático interior, en sintonía con Dios, qué podemos hacer nosotros?
2. Lee atentamente el libro de Judit y toma nota de sus protagonistas y de los rasgos que les caracterizan.
3. Junto al conflicto militar, en el libro se descubre un conflicto religioso: ¿quién es “el dios” de Holofernes y cómo pretende imponerlo a los pueblos vencidos? ¿Descubres algún paralelismo con la situación socio-religiosa actual?
4. Fíjate en las oraciones de Judit de los capítulos 9 y 16. ¿Qué imagen de Dios nos transmiten? ¿Son oraciones de acción de gracias, de alabanza, de súplica? ¿Cómo transforma la oración a la orante Judit de cara a actuar como actúa Dios?
5. Puedes profundizar en el libro de Judit ayudándote de la lectura de Emiliano Jiménez Hernández, Judit, prodigio de belleza, San Pablo 2005.
6. A partir de esta Palabra de Dios, escribe tu propia oración.

Oramos el Nombre de Dios

Saborea en tus labios y en tu corazón los Nombres de Dios que sugiere el libro de Judit. Y mientras los pronuncias y los rumias en tu interior, exprésale tu confianza en sus designios de vida, y tu disponibilidad a colaborar con Él a través de tu acción (Jud 8,17.35):

Dios de los humildes, Defensor de los pequeños,
Apoyo de los débiles, Refugio de los desvalidos,
Salvador de los desesperados, Señor de los cielos y la tierra,
Dios de toda fuerza y poder, que abates la soberbia y la altanería,
Señor, quebrantador de guerras… no hay otro Dios fuera de Ti.