María Magdalena, apóstol de los apóstoles

Si buscamos en internet imágenes de María Magdalena (hagamos el experimento), encontraremos numerosas obras de pintores clásicos que nos ofrecen una versión muy alejada de la tradición evangélica y, por el contrario, muy próxima a la idea que la mayor parte de las personas tienen de esta mujer. María Magdalena suele representarse como una mujer joven y hermosa, de largos cabellos, en ocasiones semidesnuda, con un frasco de perfume en sus manos y en actitud penitente. Puesto que ésta es la idea común, tampoco el cine es ajeno a la presentación distorsionada y errónea de este personaje, que es identificado, en la famosa “Pasión” de Mel Gibson, con la mujer adúltera de Juan 8,1-11, y en el Jesús de Zeffirelli, con la pecadora pública de Lucas 7,36-50.
¿Es eso lo que los evangelios nos dicen sobre María Magdalena? ¿Es eso lo que la liturgia de la Iglesia, en la memoria de esta discípula de Jesús, nos transmite sobre ella en sus lecturas y oraciones?

Vamos a intentar conocer mejor a María de la mano de los textos bíblicos y litúrgicos para llegar, por medio de ella, a rozar la experiencia del Resucitado, y a proclamar, como ella, llenos de alegría pascual: “¡Resucitó de veras mi amor y mi esperanza!”

María Magdalena en los sinópticos

Marcos nos habla por primera vez de María Magdalena al final de su evangelio: “Había también unas mujeres mirando de lejos, entre ellas, María Magdalena, María, la madre de Santiago el Menor y de Joset, y Salomé, que le seguían y le servían cuando estaba en Galilea, y muchas otras que habían subido con él a Jerusalén” (15,40). Es impresionante este dato en contraste con lo que Marcos nos ha dicho en 14,50, en el relato de Getsemaní: “Y abandonándole, huyeron todos”. Todos, menos las discípulas que le habían seguido desde Galilea y habían subido con él a Jerusalén. Entre esas mujeres fieles y valientes destaca María Magdalena, que se fija en dónde es depositado el cuerpo del Señor y acude allí el primer día de la semana, muy de madrugada, a ungirle, junto a otras dos mujeres. Pero el final de Marcos es desconcertante: un joven vestido con una túnica blanca les anuncia que Jesús de Nazaret ha resucitado y les encarga decir a los discípulos y a Pedro: “Irá delante de vosotros a Galilea, allí le veréis, como os dijo”. Mas ellas, “no dijeron nada a nadie porque tenían miedo” (Mc 16,1-8). Así nos deja el evangelista, con incertidumbre y quizá llenos de preguntas respecto a estas mujeres aterrorizadas y silenciosas, hasta que otro redactor añade al evangelio un final más acorde a los datos de las otras tradiciones evangélicas.

Mateo sigue a Marcos en su presentación de María (aunque con variantes). Nos la presenta junto a la cruz, “mirando de lejos”, vigilando dónde es sepultado Jesús, y recibiendo el encargo del ángel, en la mañana del primer día de la semana: “Id enseguida a decir a los discípulos: Ha resucitado de entre los muertos e irá delante de vosotros a Galilea; allí le veréis” (Mt 28,7). Y ellas corrieron, llenas de gozo, a dar la noticia a los discípulos. Por el camino, Jesús les salió al encuentro y les dio el mismo encargo: “No tengáis miedo. Id, avisad a mis hermanos que vayan a Galilea; allí me verán”.

Lucas difiere de Marcos y Mateo respecto al papel de las mujeres en los relatos de resurrección: ellas reciben la noticia de los ángeles de que Jesús “está vivo” (Lc 24,5), pero no reciben el encargo de anunciarlo. Sin embargo, ellas van a decirlo a los Once y a los demás, que no las creen y consideran que sus palabras son desatinos. Lucas, a diferencia de Mc y Mt, no presenta a María como primer testigo de la resurrección, pero nos aporta un dato hasta ahora desconocido: “… [a Jesús] le acompañaban los Doce y algunas mujeres que habían sido curadas de espíritus malignos y enfermedades: María Magdalena, de la que había expulsado siete demonios…” (Lc 8,2). Mucho han dado qué hablar los demonios de María. No podemos detenernos a explicar en qué consisten los fenómenos de posesión que aparecen en los evangelios. Lo que sí es evidente es que nada tienen que ver con el adulterio, la prostitución, u otro tipo de pecado sexual. María era una mujer muy enferma que había sido sanada por Jesús. Y esa experiencia hizo de ella no sólo una discípula fiel, sino una figura tipo de la “Iglesia esposa”, tal y como veremos en el evangelio de Juan.

María Magdalena, imagen de la Iglesia esposa

Tanto en la liturgia de las horas como en las oraciones y antífonas de la Eucaristía de la memoria de María Magdalena, que la tradición celebra el 22 de julio, la Iglesia acude al evangelio de Juan para decirnos quién es María: la que, el primer día de la semana fue al sepulcro, al amanecer, cuando todavía estaba oscuro; aquella cuyo corazón ardía en deseos de ver a su Señor y no lo encontraba; la que escuchó la voz de Jesús diciéndole: “Mujer, ¿por qué lloras? ¿a quién buscas?” (Jn 20,15); la que escuchó su nombre de labios de su Maestro y fue enviada a sus hermanos.

Muchos comentarios subrayan que el encuentro de María con el Resucitado tiene como trasfondo referencias al Cantar de los Cantares. “A medida que avanza la narración, va apareciendo que el sepulcro no es tal, es más bien un lecho nupcial. En efecto, Cristo ha sido ungido por sus amigos con cien libras de mirra y áloe, los perfumes del esposo del Salmo 45 y los del Cantar (4,14-15). Estos aromas se usaban para perfumar la alcoba (Prov 7,17), y no para embalsamar un cadáver. Por otra parte, la búsqueda de la mujer nos recuerda la de la novia del Cantar, corriendo por calles y plazas (Cant 3,2). La Magdalena, una vez que le descubre, quiere llevárselo, lo agarra, al igual que la del Cantar quiere retener a su Amado y conducirlo a la casa de su madre (Can 3,4)…” (Secundino Castro).

El simbolismo esponsal nos habla de una relación especial entre María Magdalena y Jesús. Una relación que fue deformada y tergiversada, a lo largo de los siglos, por uno u otro extremo: la literatura gnóstica del s.II convirtió a María en “la compañera de Jesús”, a la que Él “amaba más que al resto” (evangelio de Felipe), mientras que una parte de la tradición eclesiástica occidental la identificó con la pecadora de Lc 7,37-50. Sin embargo, otra parte de esa misma tradición la elogió reconociéndola “apóstol para los apóstoles” (Rabano Mauro, s.IX). El mismo santo Tomás de Aquino la proclama “Apostolorum Apostola”. Y es que “Cristo le confió, antes que a nadie, la misión de anunciar a los suyos la alegría pascual” (oración de la memoria).

En este tiempo de Pascua, recorramos el itinerario de fe y amor de María Magdalena: dejémonos liberar de nuestras opresiones y “demonios” por Jesús; sigamos las huellas de nuestro Maestro de Galilea a Jerusalén; permanezcamos junto a su cruz; que nuestro corazón enamorado no se resigne a que la muerte nos lo arrebate; que nuestra fe pueda reconocer su voz y lo abrace, que nuestros ojos lo vean y nuestros labios anuncien a todos “lo que hemos visto y oído y han tocado nuestras manos” acerca del Señor Crucificado y Resucitado.


Para la reflexión personal

1. A menudo se confunde a María Magdalena con la pecadora pública de Lc 7,36-50, con la adúltera de Jn 8,1-11 y con las mujeres que ungen a Jesús en Betania (Mc 14,3-9; Mt 26,6-13; Jn 12,1-8). Lee atentamente esos textos y date cuenta de sus semejanzas y diferencias, así como de la identidad de las mujeres que allí aparecen. ¿Quiénes son? ¿Cómo se llaman?
2. Busca los pasajes del evangelio que mencionan explícitamente a María. ¿Qué dicen de ella? ¿En qué aspectos de su persona los testimonios son unánimes? ¿Qué no dicen de ella?
3. ¿Has experimentado, como María, que Jesús te ha liberado de muchos “demonios”? Nombra esas experiencias y agradece, una vez más, la sanación.
4. El Señor Resucitado seca tus lágrimas, pronuncia tu nombre, enciende tu esperanza y te envía a anunciarlo. ¿Cómo realizas esta misión en tu vida cotidiana? ¿Anuncias, con el amor y la fe de María Magdalena: “He visto al Señor”?

Para orar: Anuncio de María Magdalena

Escuchad, no estéis ya con las puertas cerradas,
que no os aprisionen más la duda y el miedo.
No ha vencido la muerte al que es la Vida.
El sepulcro está vacío, ¡ha resucitado!

Aquel que nos ama sigue aquí, con nosotros.
Ha secado mis lágrimas al nacer la mañana.
Fui de noche a la tumba, dando tumbos y a oscuras,
y me llenó de luz el rostro con una palabra suya.

Me lo decía el corazón, que no podía estar muerto,
y, en el huerto, mi nombre resonó en su garganta.
Se me quitó la losa de su ausencia que oprimía mi vida
y corrí a abrazarlo, a llenar de besos sus pies atravesados.

Rabbuní, en mi angustia madrugué para buscarte.
Te encontré, te agarré y no te soltaré, Maestro mío.
Quédate con nosotros, camina a nuestro lado para siempre.
Danos suficiente amor para cambiar el mundo a tu manera.



Bibliografía:

- Isabel Gómez Acebo (eds), María Magdalena. De apóstol a prostituta y amante, DDB 2007
- Régis Burnet, María Magdalena. De pecadora arrepentida a esposa de Jesús. Historia de la recepción de una figura bíblica, DDB 2006