Rut y Noemí: la alentadora historia de una amistad fiel

En nuestras Biblias, encontramos el libro de Rut inmediatamente después del libro de los Jueces, entre los libros que tradicionalmente denominamos “históricos”. Y es que el primer versículo de este precioso librito del Antiguo Testamento comienza situando la narración, cronológicamente, “en los días en que gobernaban los jueces”. Tenemos, por tanto, un marco cronológico y un doble marco espacial para nuestra historia: Belén de Judá y Moab (1,2). Y tenemos también, inicialmente, un  protagonista masculino, Elimélec, cuyo nombre es toda una confesión de fe, pues significa “mi Dios es rey” (cf. Jue 8,23; 1 Sam 8). Los significados de los nombres son, en el libro de Rut, una guía o timón que nos conduce por la trama del relato e ilumina su sentido. Pues bien, Elimélec, como tantas personas a lo largo de la historia hasta hoy, tiene que emigrar con su mujer,  Noemí, y sus hijos, Majlón y Quilión, a Moab a causa de la escasez y penuria de su país. Allí se establecieron y sus hijos se casaron con mujeres moabitas. Este dato llama la atención porque, en general, los israelitas despreciaban a los paganos y les consideraban gentuza indeseable por estar excluidos de la alianza. Expresión de este rechazo es la prohibición de los matrimonios mixtos (cf. Dt 7,3; Esd 9-10; Neh 13,23-29).

La narración es ágil, y en dos versículos se nos dibuja el cambio de suerte que sufrió esta familia en pocos años. Elimélec murió y también murieron sus hijos, cuyos nombres ya presagiaban el infortunio (“debilidad” y “destrucción”). Así quedó sola Noemí, con la única compañía de sus dos nueras extranjeras, Orfá y Rut.
Entonces sucede algo que propicia el nuevo cambio de suerte de la que ha quedado como protagonista del relato, Noemí: en los campos de Moab había oído que “Dios había visitado a su pueblo y le daba pan”. No oye quela crisis económica ha remitido, que ha habido buenas cosechas o que Belén vuelve a ser “la casa del pan”, sino que Dios es fiel a la alianza con su pueblo, lo visita, lo cuida y le da de comer.
Pero antes de regresar a Belén, la sabia anciana Noemí no desea pedirles a sus nueras que se aventuren con ella en un futuro más que incierto, abocadas a la extrema pobreza, como toda viuda sin hijos varones en el mundo antiguo. Por ello, Noemí les pide que vuelvan a su casa materna y rehagan su vida. Las dos mujeres aman a Noemí y se resisten a ello, pero finalmente Orfá (cuyo nombre significa “espalda”) se vuelve a su casa, mientras Rut, la amiga, la compañera, pronuncia estas bellas palabras tan conocidas, expresión inigualable de alianza y de amistad, sellada con un juramento solemne ante Dios: “No insistas en que te abandone y me separe de ti, porque adonde tú vayas, yo iré, donde tú vivas, viviré. Tu pueblo será mi pueblo y tu Dios será mi Dios. Donde tú mueras moriré y allí seré enterrada…” (1,16-17a). “La amistad de Rut es la conciencia de que alguien que no tiene que ocuparse de nosotros –ninguna expectativa social lo exige, ningún lazo de sangre lo demanda-, se ocupará de hecho de nosotros hasta el final. Gratuitamente.”, dice Joan Chittister.

De este modo, las dos mujeres se pusieron en camino y llegaron a Belén. Allí, unas mujeres sirven de testigos del regreso de la dulce Noemí, convertida ahora en Mara, “la amarga”, porque se fue “colmada” y “vacía” la devuelve Yahveh a su tierra.

En este punto, me gustaría que cayéramos en la cuenta del modelo de Dios que motiva la queja de Noemí: la mano de ese dios ha caído sobre ella, la ha llenado de amargura, la ha dejado vacía y la ha hecho desdichada. Es la misma imagen de Dios que delata el lamento amargo de Job: el dios sádico que se ceba en sus hijos y se regodea en sus desgracias (Job 7,12-20; 13,20-27…)
Pero el autor del libro se va a encargar de desmentir esa falsa imagen de Dios. El Dios del libro de Rut no es aquel que descarga su pesada mano sobre ti, sino aquel “bajo cuyas alas puedes refugiarte” (2,12). Se trata de una imagen femenina de Dios, materna, que evoca seguridad, protección y cuidado. En el evangelio, Jesús se presenta a sí mismo con la imagen de la gallina que quiere reunir a sus polluelos bajo sus alas (cf. Lc 13,34). Junto a esto, el Dios de Rut es aquel que “levanta del polvo al desvalido, alza de la basura al pobre” (1 Sam 2,8), y “a los hambrientos los colma de bienes” (Lc 1,53). Precisamente el nombre Rut tiene otro significado, además de “amiga”: “saciada”, “colmada”, que hace alusión a lo que Dios va a hacer con estas dos mujeres.

Cuando Noemí y Rut llegan juntas a Belén, Rut se pone a espigar en un campo, es decir, a recoger las espigas que iban dejando los espigadores, como hacían los pobres asistidos por la Ley de Israel (Lv 19,9s; 23,22; Dt 24,19). Y “quiso la suerte” (la amorosa providencia de Dios) que aquel campo fuera el de Booz, un pariente acomodado de Elimélec quien, informado de la identidad de Rut, inmediatamente le cobra estima por su fidelidad a Noemí, le da de comer hasta saciarse y favorece que aquel día Rut pudiese llevar a casa una sobreabundante cosecha de cebada, bien colmada. 

Cuando Rut llegó ante su suegra, Noemí bendijo a Dios que pone los ojos en los pobres y no deja de mostrar su bondad para con todos. Dios se revela ahora como el bondadoso, el “goel” de su pueblo, el Redentor, y le pone delante a Noemí al mediador de esa protección suya: Booz. Este hombre fuerte (eso significa su nombre), habrá de ser su goel, aquel que tiene el encargo legal de rescatar y defender a la familia, ejerciendo la solidaridad y protección de los miembros más necesitados. 

En el capítulo 3 del libro, Noemí traza un plan para que Rut seduzca a Booz en la noche, al final de la fiesta de la recolección de la cebada. Y es en aquella noche, cuando Booz se transformó en las alas de refugio de Dios para Noemí y Rut, las tomó a su cargo y se convirtió en su goel. De modo que cuando Booz desposó a Rut ante los ancianos y todo el pueblo, toda la gente bendijo a Rut diciendo: “Que el Señor haga que la mujer que entra en tu casa sea como Raquel y como Lía, las dos que edificaron la casa de Israel”… Y cuando Rut dio a luz a Obed, las mujeres dijeron a Noemí: “Él será el consuelo de tu alma y el apoyo de tu ancianidad, porque lo ha dado a luz tu nuera que tanto te quiere y que es para ti mejor que siete hijos”.

Rut, con su amor fiel, hizo saltar por los aires los prejuicios excluyentes del pueblo elegido de Dios mostrando que todo aquel que ama pertenece a esa familia. 

“Una lección hermosa para Israel. Una ocasión de reflexión para nosotros, los hijos de una cultura en que la fidelidad está deteriorada. Una llamada apremiante a descubrir ese valor que nos hace tan parecidos a Dios mismo porque nos hace ofrecer a los otros lo que él mismo nos ofrece: una roca sólida donde apoyarnos, unas alas bajo las que podemos sentirnos seguros” (Dolores Aleixandre).

Para la reflexión personal y de grupo:

  1. Haz una lectura atenta del libro de Rut y cae en la cuenta del contraste de situaciones negativas y positivas que aparecen. ¿Qué o quiénes propician el paso de una situación a otra?
  2. Toma nota de los nombres de Dios presentes en el libro. ¿Qué imagen de Dios tiene Noemí, al comenzar la historia, y cómo revela Dios mismo otro Rostro suyo bien diferente, a través de sus cuidados y sus mediaciones providentes?
  3. Cuenta, con tus palabras (y/o escribe) la historia de Noemí y Rut. Ponle el título que consideres más adecuado. ¿Te parece una historia actual? ¿Qué es lo más valioso que has aprendido de esta historia de amistad entre mujeres, de solidaridad familiar, de inclusión, de providencia y de esperanza?
  4. ¿Tienes experiencia de haberte encontrado con alguna Rut o a algún Booz a lo largo de tu vida? ¿Eres tú un apoyo fiel, gratuito y disponible permanentemente para otros?
  5. ¿Qué cuestiones para la reflexión y el debate en grupo puede suscitar el libro de Rut? Te propongo una: la aparente ausencia de Dios en un mundo secular y su visibilidad en las mediaciones providentes.

Oramos, a partir del libro de Rut, al Dios bajo cuyas alas encontramos refugio (Salmo 36, 6-11 y 17, 8)

6 Tu amor, Señor, llega hasta el cielo,
tu fidelidad alcanza las nubes,
7 tu justicia es como las altas montañas,
tus sentencias son profundas como el océano.

Tú proteges a hombres y animales,
8 ¡qué admirable es tu amor, oh Dios!
Por eso los seres humanos
se cobijan a la sombra de tus alas:
9 se sacian de los bienes de tu casa,
les das a beber del torrente de tus delicias,
10 pues en Ti está la fuente viva,
y, en tu Luz, vemos la luz.

11 No dejes de amar a los que te conocen,
de ser fiel con los rectos de corazón.
8 Guárdanos como a las niñas de tus ojos,
a la sombra de tus alas escóndenos.
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Bibliografía:
- C. Mesters – I. Storniolo, Historias de Rut, Judit y Ester. Introducción a los tres libros del Antiguo Testamento, San Pablo 1996
- Dolores Aleixandre y Juan José Bartolomé, La fe de los grandes creyentes, Madrid 2004, 39-43
- Joan D. Chittister, La amistad femenina. La tradición oculta de la Biblia, Sal Terrae 2007, 77-83
- José Vilchez, Rut y Ester, Verbo Divino 1998