Domingo XXIII del Tiempo Ordinario

Lectura orante de Marcos 7,31-37 
"¡Effetá!... ¡Ábrete!"

                Lecturas: Is 35,4-7a; Sal 145; St 2,1-5; Mc 7,31-37         
9 de Septiembre de 2012                                     

Invocación al Espíritu

Ven, Espíritu Santo,
y convierte mis oídos, mi corazón,
y toda mi persona
en tierra buena
capaz de acoger la Palabra,
como una semilla,
y hacerla germinar.

Ven, Espíritu de la Vida,
desciende y derrámate sobre mí,
como una llovizna suave se derrama, penetra,
refresca y fecunda
un campo destinado a dar fruto.

Ven, y ayuda el leve pero continuo crecimiento
de mi ser, hacia la criatura nueva,
hecha a imagen de Jesucristo,
mi Maestro y mi Señor.
Amén.  

1. Leemos Marcos 7,31-37


En aquel tiempo, 31dejando Jesús el territorio de Tiro, pasó por Sidón, camino del lago de Galilea, atravesando la Decápolis. 32Y le presentaron un sordo que, además, apenas podía hablar; y le piden que le imponga las manos.
33Él, apartándolo de la gente a un lado, le metió los dedos en los oídos y con la saliva le tocó la lengua. 34Y mirando al cielo, suspiró y le dijo:
- Effetá. (Esto es: «¡Ábrete!»").
35Y al momento se le abrieron los oídos, se le soltó la traba de la lengua y hablaba sin dificultad.
36Él les mandó que no lo dijeran a nadie; pero, cuanto más se lo mandaba, con más insistencia lo proclamaban ellos. 37Y en el colmo del asombro decían:
- Todo lo ha hecho bien: hace oír a los sordos y hablar a los mudos. 



Orientaciones para la lectura  

Sugerencias para una lectura atenta: 
  • Lee detenidamente el texto y date cuenta de los lugares que menciona: Tiro, Sidón, la Decápolis, el mar de Galilea. ¿Te resultan familiares estas ciudades y lugares? ¿Los podrías situar geográficamente en un mapa mudo? Si no es así, búscalos en un mapa de los que suelen ilustrar las ediciones más comunes de la Biblia (Biblia de Jerusalén, Biblia Latinoamericana, Casa de la Biblia, San Pablo...).
  • Pregúntate por los personajes protagonistas de la escena: Jesús, el sordo medio mudo, la gente... ¿Qué dice y qué hace cada uno de estos personajes? ¿Hay algo que te llama la atención de forma especial, que te choca o te sorprende?
  • Fíjate en el final del pasaje y confronta la exclamación de la gente con Gén 1,31 e Is 35,5-6. ¿Qué puede estar queriéndonos decir el evangelista con esas alusiones a esos textos veterotestamentarios?
  •  Si tuvieras que explicar a alguien el mensaje central de este evangelio, ¿qué dirías? ¿con qué palabras o frases condensarías su mensaje? 

 Una posible lectura: Jesús, Mesías y artesano de la nueva creación

        El evangelio de hoy comienza con un versículo de transición: «Se marchó de la región de Tiro y vino de nuevo, por Sidón, al mar de Galilea, atravesando la Decápolis» (Mc 7,31). El relato anterior al que aquí se narra, nos presenta a Jesús "forzado" por una mujer sirofenicia (es decir, pagana) a abrir el anuncio del evangelio a los extranjeros, a los que el judaísmo consideraba "gentuza", gente excluida del amor y de la alianza de Dios.

Aunque Jesús, hoy, sale de esa región pagana, la referencia del texto a Tiro, Sidón y la Decápolis quiere
incidir en esa apertura de Jesús a la universalidad de la salvación, a la vez que sitúa espacialmente un relato que, en su origen, probablemente no presentaba ninguna coordenada espacial. Así pues, Marcos sitúa la escena junto al mar de Galilea y se dice que allí había "gente" (v. 33), posiblemente "mucha gente", como se dice más adelante, en 8,1 y en otros textos de Marcos en los que Jesús enseña junto al mar y ha de subir a una barca para no ser aplastado por la multitud (cf. Mc 3,7-9; 4,1).

        Una vez que tenemos ya el escenario, acontece algo semejante a lo que pasa con el famoso paralítico llevado entre cuatro, que es descolgado por el agujero del techo de la casa en donde Jesús estaba enseñando (cf. Mc 2,1-12): es decir, unos (no se dice cuántos) le presentan a un sordo medio mudo y le piden que le imponga las manos. Son ellos los que se acercan a Jesús pidiendo la curación de su amigo, o su pariente, mediante la imposición de las manos (v.32). Es la misma súplica que le dirige Jairo a Jesús en Mc 5,23: «Mi hija está a punto de morir; ven, impón tus manos sobre ella para que se salve y viva».
        
Jesús realiza la curación valiéndose de las prácticas terapéuticas corrientes en su época, conocidas por las historias contemporáneas de milagro. En primer lugar, Jesús retira al enfermo de la gente y le cura a solas. Otros taumaturgos procedían así para que no se descubrieran sus métodos curativos. En el caso de Jesús, probablemente hay que relacionar este "secreto" con el mandato insistente que dirige a los curados de que a nadie cuenten lo que ha hecho con ellos (cf. v. 36).
        Por otra parte, Jesús toca al enfermo, primero con sus dedos y luego con su saliva. Los dedos con los que Jesús actúa la sanación-salvación pueden ser una alusión al dedo de Dios, es decir, al Espíritu del que habla Lc 11,20 o Éx 8,15. En cuanto a la saliva, en la antigüedad se le atribuían propiedades curativas. Por esta razón el tacto con saliva se incluyó en el rito bautismal posterior.
        La elevación de la mirada al cielo (v. 34) es, en otras partes del evangelio, un gesto de oración (cf. Mc 6,41; Jn 11,41). Aquí es un gesto característico del estilo del relato de milagro y expresa el hecho de que el taumaturgo ha de valerse de una fuerza superior a la humana para realizar su obra. El mismo significado tiene el suspiro del taumaturgo, que es un acto de preparación para su actuación milagrosa.
        El término de origen arameo "Effatá" ("¡Ábrete!") muestra el poder de Jesús que, con su palabra, re-crea la realidad. "Ábrete" es un imperativo singular que no se refiere a los oídos o a la boca simplemente, sino a todo el hombre enfermo, cerrado a la posibilidad de una vida plena.
        A la orden de Jesús, sucede el milagro. La palabra es poderosa, eficaz, creadora en sus labios, como lo es la palabra del Padre. Así dice el salmo 33:

«La palabra de Yahveh hizo el cielo,
el aliento de su boca, sus ejércitos...
Porque él lo dijo y existió,
él lo mandó y surgió»

        Y el Deuteroisaías se hace eco de ese poder creador de la Palabra en el siguiente texto, muy conocido:

«Como descienden la lluvia y la nieve de los cielos
y no vuelven allá, sino que empapan la tierra,
la fecundan y la hacen germinar (...)
así será mi palabra, la que salga de mi boca,
que no tornará a mí de vacío,
sin que haya realizado lo que me plugo,
y haya cumplido aquello a que la envié» (Is 55,10-11)

        El milagro revela la divinidad de Jesús, y Él manda a los presentes que no lo digan a nadie. Pero, como siempre en el evangelio de Marcos, su mandato es desobedecido: no se puede acallar ni ocultar el gozo de la experiencia de haber sido salvado/a.
        La exclamación «¡Todo lo ha hecho bien!» recuerda el estribillo insistente del relato sacerdotal de la creación: "Y vio Dios que estaba bien" (Gén 1,10.12.18.21.25) ... "Y todo estaba muy bien" (Gén 1,31). Cuando el Padre creó, todo era bueno y hermoso. Así es lo que Jesús fue sembrando por los caminos de Galilea: bueno y bello, hecho a su imagen y semejanza.
        La frase final: «Hace oír a los sordos y hablar a los mudos» es una alusión al pasaje de Isaías 35,5-6, en el que se habla de la salvación mesiánica a través de imágenes sugerentes acompañadas de una invitación insistente al gozo y el júbilo:
«Entonces se despegarán los ojos de los ciegos,
y las orejas de los sordos se abrirán.
Entonces saltará el cojo como el ciervo,
y la lengua del mudo lanzará gritos de júbilo».
        Con estas imágenes, Marcos nos está diciendo que Jesús es el Mesías anunciado por los profetas, autor de una nueva creación.
        Por otra parte, la curación del sordo medio mudo se convierte en símbolo del milagro de la fe. En el contexto anterior, se dice explícitamente que los discípulos no entendía a Jesús, porque su mente estaba embotada (Mc 6,52; 7,18). Por eso, Jesús insistía: "Oídme todos y entended" (7,17). Así pues, Jesús, en la persona del sordomudo, abre los oídos de sus discípulos y de todos nosotros para que escuchemos y entendamos, y desata nuestra lengua para que le alabemos y anunciemos lo que hemos visto y oído.

2. Meditamos la Palabra

«Effetá... ¡Ábrete!» es la palabra que me ronda la cabeza y el corazón desde que, hace días, me puse a orar con este evangelio de Marcos.

        Contemplo en Jesús a una persona totalmente abierta y despierta, y se enciende más aún mi deseo de parecerme a Él. Jesús es el hombre de los cinco sentidos alerta, puestos en la realidad, atentos a la voz del Padre y a las necesidades de los otros.
        Oído, boca, ojos y manos están estrechamente vinculados.

        En primer lugar, Jesús es el hombre del oído atento. La Escritura ve cumplido en Jesús el Salmo 40, que dice: «No has querido sacrificio ni oblación, pero me has abierto el oído» (cf. Sal 40,7; Hb 10, 5-9). El oído de Jesús escucha, como un discípulo, la enseñanza del Padre y nos la da a conocer (cf. Jn 15,15). Y su oído, como el del Padre, escucha también el clamor de su pueblo, que pide curación y salvación de los males que lo oprimen. En el episodio de la zarza ardiente del libro del Éxodo, Dios dice: «He escuchado el clamor [de mi pueblo] y conozco sus sufrimientos» (Éx 3,7). También en nuestro evangelio, Jesús escucha las súplicas de quienes le presentan al sordomudo para que le cure.

        Jesús no tiene oído para otra cosa que no sea la voz del Padre y de los hombres y mujeres necesitados de salvación.

      Jesús oye y ve. No está ciego para no darse cuenta de la realidad de su pueblo, de su ansia de vida plena y de su necesidad de liberación. Como el Dios del Éxodo, Jesús «ve la aflicción de su pueblo» en el "Egipto" de una religión institucional incapaz ya de salvar, o de unas vidas amenazadas por la desdicha. ¡Cuántas veces dice el evangelio que Jesús "ve", "se fija", "mira"! (cf. Mc 2,5.14; 5,32; 12,41). El escrito sapiencial de Qohélet dice literalmente que el sabio "tiene sus ojos en la cara" (Qo 2,14), es decir, tiene una visión profunda de la realidad, cae en la cuenta, está despierto. Así pues, el sabio Jesús tiene ojos para ver y escrutar la realidad.
 
        A través de los ojos y los oídos, Jesús sale fuera de sí, se trasciende a sí mismo, deja atrás la preocupación por su propia vida, por su seguridad y su realización personal. Pero además, Jesús, no sólo sale fuera de sí, sino que el mundo le entra a Jesús en el corazón, le llena la vida y se la "complica" hasta límites intolerables, o, más bien, sin límite alguno. De hecho, su entrega no tuvo límite.

        Ojos y oídos están vinculados a otros sentidos: el gusto (la boca) y el tacto. Lo que Jesús oye y ve del Padre es su alimento (cf. Jn 4,32), lo saborea, lo rumia y lo convierte en carne de su carne y en palabra. Todo el cuerpo de Jesús dice: «Aquí estoy, Padre, para hacer tu voluntad» (cf. Sal 40,8). Su boca anuncia palabras de vida, y sus manos tocan todo lo que de muerte hay en nosotros para sanarnos y hacernos criaturas nuevas, nueva creación.

        Cuando contemplo a Jesús entre la gente, en los caminos de Galilea, y este modo suyo de ser, deseo ser como Él, vivir como Él. Y es como si hoy me dijera, en las palabras que dirige al sordomudo: 

«¡Ábrete!
Abre las puertas y las ventanas de tu vida y deja entrar la luz.
Deja entrar la fe en un Dios Padre-Madre, que te ama sin condiciones.
Deja entrar la frescura vivificante de su Palabra. 
Deja entrar las voces y los reclamos de la gente,
que te ayudarán a ser más tú.

Ábrete y sal de ti misma,
de tus miedos y tus preocupaciones.
Ábrete, y presta tu voz a palabras de denuncia y de anuncio,
presta tu voz a la justicia, a la esperanza, a la ternura que sana.

Aprende a hablar las palabras de Dios y no te las guardes.
Proclámalas a los cuatro vientos.

Abre tu espíritu y tu cuerpo a la vida,
y aprende de mí:
de mis oídos y mis ojos, abiertos al Padre y al clamor del mundo,
de mis manos dispuestas siempre a la proximidad y al servicio,
de mi boca, que contenía una constante palabra de aliento
para el abatido,
y una perenne y amorosa bendición
para mi Padre

Ábrete y aprende de mí.» 

3. Oramos la Palabra

     a) Petición de un ciego y sordo (Henri Nouwen, Palabra de amor, Lumen, Argentina, 2003, 35)

Oh, Señor, otórgame un corazón puro de manera que pueda verte y escucharte en el esplendor de la liturgia santa. ¡Cuántas veces canto los salmos pero sigo sordo! ¡Cuántas veces veo el pan y el vino y, sin embargo, sigo ciego! ¿Por qué, oh Señor, esperas tanto para llevarme hacia la cima de la montaña, para mostrarme la luz de tu transfiguración y permitirme escuchar las palabras que se dijeron allí?

Lo sé, lo sé. Mi corazón no es puro. Estoy lleno de mis propios deseos egoístas, de mis rumias, mis introspecciones mórbidas. Y, por lo tanto, sigo ciego y sordo, no te veo ni te escucho a ti, que deseas ser visto y escuchado. Señor, realmente quiero ver, pero mi lucha para llegar a algún grado de pureza de corazón parece muy fútil. A menudo, parecería que estuviese rodeado de trampas; cuanto más lucho, más enredado en ellas estoy. Oh, Señor, Tú eres el único que me puede guiar fuera de esta trampa. Tómame de la mano y guíame hacia la cima de la montaña. Purifica mi corazón y muéstrame tu luz. No tengo que ir muy lejos. Tú me has dado las palabras para escucharte, y el pan y el vino para comerte. Entonces, ven, Señor. Abre mis sentidos a tu presencia. Déjame reconocerte donde estás. Amén.
     
b) ¡Abre el corazón de tu pueblo, Señor! (Oración a partir de Is 35,1-10)

¡Abre el corazón de tu pueblo, Señor!

Señor, he visto el desierto sembrado
en medio de las calles de Bagdad y Jerusalén,
por medio de bombas suicidas y asesinas.

He visto cuerpos mutilados de seres humanos,
sembrados en los paseos de una ciudad
que podría ser la nuestra.

He visto y he oído el clamor de mujeres
llorando a sus muertos,
que no regresarán jamás.

¡Abre el corazón de tu pueblo, Señor!

He visto el miedo dibujado en el rostro de los niños,
manos débiles y rodillas temblorosas
a causa de la sed y del hambre
que nadie quiere ver.

Y he visto la indiferencia atroz
de quienes permanecen ciegos y sordos
al ruido ensordecedor de las armas
y a los lamentos de huérfanos y viudas, 
ojos y oídos embotados
por el afán de bienestar
o de supremacía militar y política.

¡Abre el corazón de tu pueblo, Señor!

He visto lenguas que profieren mentiras
para justificar la violencia y la destrucción,
y lenguas atadas para denunciar
y adiestradas para consentir injusticias.

Lo he visto, Señor,
¡ven tú en persona!

Abre mi corazón y el de tu pueblo,
para que trabajemos por convertir
el desierto de nuestras casas y ciudades
en vergel,
por fortalecer las manos débiles
y poner en pie las rodillas que vacilan.

Abre nuestros oídos para escuchar
los sonidos de la muerte,
y danos un corazón recto,
para no camuflarlos ni justificarlos.

Desata nuestra lengua
para proclamar palabras de vida,
y nuestros dedos para tocar 
con el mismo roce amoroso de Jesús.

¡Que sembremos vida y paz, Señor!
¡Que haya regocijo y alegría en tus hijos e hijas
por la nueva creación
que todos estamos llamados a alumbrar!


 Con la gentileza de: Conchi López, pddm (España) · www.discipulasdm.es