Lectura orante de Marcos 10,35-45
"El Hijo del hombre no ha venido
para que le sirvan
sino para servir y dar su vida”
Lecturas:
Is 53,10-11; Sal 32,4-22; Hb
4,14-15; Mc 10, 35-45
Espíritu Santo,
Amor del Padre y del Hijo,
visítanos hoy
con tu sabiduría e
inteligencia espiritual,
ilumina los ojos de nuestro
corazón
para que podamos comprender
el sentido de las
Escrituras,
el mensaje que Jesús Maestro
Verdad
nos quiere comunicar en este
día.
Haz que la Palabra que
escuchamos
resuene en nuestro corazón
y pase del corazón a la
vida.
Que no seamos sólo “oyentes”
de la buena Noticia,
sino que, con tu gracia, la
llevemos a la práctica.
¡Ven, Espíritu Santo!
Abre nuestra mente,
voluntad, corazón
y haznos acogida de la
Palabra de la Verdad y de la Vida.
Leemos Marcos 10,35-45
En aquel tiempo, 35 se acercaron a Jesús los hijos de Zebedeo,
Santiago y Juan, y le dijeron:
- Maestro, queremos que hagas lo que te vamos a pedir.
36 Les preguntó:
- ¿Qué queréis que haga por vosotros?
37 Contestaron:
- Concédenos sentarnos en tu gloria, uno a tu derecha y otro a tu
izquierda.
38 Jesús replicó:
- No sabéis lo que pedís, ¿sois capaces de beber el
cáliz que yo he de beber, o de bautizaron con el bautismo con que yo me voy a
bautizar?
39 Contestaron:
- Lo somos.
Jesús les dijo:
- El cáliz que yo voy a beber lo beberéis, y os
bautizaréis con el bautismo con que yo me voy a bautizar, 40 pero el
sentarse a mi derecha o a mi izquierda no me toca a mí concederlo; está ya
reservado.
41 Los
otros diez, al oír aquello, se indignaron contra Santiago y Juan.
42 Jesús,
reuniéndolos, les dijo:
- Sabéis que los que son reconocidos como jefes de los
pueblos los tiranizan, y que los grandes los oprimen. 43 Vosotros,
nada de eso: el que quiera ser grande, sea vuestro servidor; 44 y el
que quiera ser el primero, sea esclavo de todos. 45 Porque el Hijo
del hombre no ha venido para que le sirvan, sino para servir y dar su vida en
rescate por todos.
Orientaciones
para la lectura
El contexto litúrgico
El contexto litúrgico
En este Domingo del Domund, en el que
recordamos con particular amor a los miles de hombres y mujeres que gastan su
vida sirviendo a la Causa de Jesucristo en la ayuda a los hermanos en
territorios del tercer y cuarto mundo, nos queremos introducir en la oración
con la Palabra, con corazón grande, abiertos/as a los amplios horizontes de la
Iglesia entera y del mundo.
Queremos acoger y escuchar la voz de Jesús
Maestro, que se dirige siempre a todos, que tiene siempre un horizonte
universal: “Venid a mí todos”(Mt 11, 28).
Las tres lecturas que proclamamos en la
Liturgia de este domingo XXIX del Tiempo Ordinario aparecen bien
armonizadas entre sí. Están centradas en la persona del Señor Jesús, en su
imagen de “servidor de todos” (Evangelio),
el Siervo del Señor acostumbrado a los dolores, que ofreció “su vida en
rescate, expiación por todos nosotros” (primera
lectura), el “sumo sacerdote capaz de “compadecerse de todas
nuestras flaquezas, porque ha sido probado en todo como nosotros, excepto en el
pecado” (segunda
lectura).
Meditamos la Palabra
El texto evangélico de este
domingo (Mc 10, 35-45), viene
inmediatamente después del tercer anuncio de la Pasión revelado por Jesús a sus
discípulos, mientras “iban de camino, subiendo a Jerusalén”. Marcos subraya que
el Maestro iba delante de ellos, y que “los que lo seguían tenían miedo” (v.
32.)
Para
confiar a los suyos lo que le espera en Jerusalén, llama aparte a los Doce y
les anuncia en detalle la pasión, muerte, resurrección que vivirá en la Ciudad
santa.
Acto
seguido, el evangelista Marcos presenta a los hijos de Zebedeo, que se acercan
a Jesús y le piden que haga lo que ellos le van a pedir.
Nos
resulta extraña esta actitud de los dos discípulos predilectos. Porque parece
que el anuncio doloroso que Jesús les acaba de manifestar no les ha impactado;
es casi como si no lo hubiesen escuchado.
Es más,
su petición muestra con claridad cómo el discurso de la cruz no había sido
asimilado por Santiago y Juan. Ni, con mucha probabilidad, por ninguno de los
otros diez discípulos. En este momento, les interesa lo que les interesa. Y,
quizás sin caer en la cuenta ni ser conscientes de ello, dejan completamente
solo al Maestro que, camino de Jerusalén, se prepara para la entrega definitiva
de su vida, para la redención de todos nosotros, en obediencia filial a la
voluntad del Padre.
En el
texto paralelo de Mateo (20, 20-28), quizás para tutelar la fama de los
dos hermanos, el evangelista hace presentar la petición de recomendación por la
madre.
Tanto en
el pasaje narrado por Marcos como en el paralelo de Mateo, es admirable la comprensión
del Maestro Jesús. No les reprende con severidad, no les echa en cara la
indiferencia o el caso omiso que hacen ante el anuncio de algo que tenía que
interesarles y afectarles profundamente.
Ante
todo, les dirige una pregunta que quiere clarificar, poner a fuego la petición:
“¿Qué queréis que os conceda?” En varias otras perícopas evangélicas,
encontramos una pregunta semejante por parte del Maestro Jesús, que casi desea
que quien suplica y pide algún favor (ordinariamente se trata de curaciones),
tome conciencia clara de lo que está solicitando. “¿Qué quieres que te haga o
que haga por ti?” le pregunta Jesús en este mismo capítulo de Marcos al ciego
Bartimeo (v. 51).
Escuchada la petición concreta, el Maestro replica a los “hijos del trueno”: "No
sabéis lo que pedís”. En otro momento, cuando los mismos hermanos habían
pedido a Jesús si quería que ordenasen que bajase fuego del cielo sobre los
samaritanos que no habían querido acoger al Señor “porque se dirigía a
Jerusalén”, el mismo Jesús parece que les llega a decir: “No sabéis qué
espíritu tenéis o de qué espíritu sois”.
Aquí Jesús, en la pregunta-respuesta que dirige a los dos, intenta
hacerles comprender que lo que les debe
importar no es el tener privilegios, sino el compartir el destino de su Maestro
y Señor. Ésta ha ser la verdadera preocupación de todo aquel que quiera decirse
discípulo suyo: seguirle a él, ir detrás de él, su Maestro, realizando en sus
vidas el mismo estilo y ejemplo de servicio, dejando a un lado todo lo que
pueda sonar a ambición de honores y primeros puestos.
Para hablar de su destino,
en la pregunta que dirige Cristo a Santiago y Juan, Jesús acude a dos imágenes:
beber el cáliz y ser bautizados con el bautismo.
Las dos evocan una
perspectiva de sufrimiento y muerte. Y el Señor es consciente de ello. Ya lo
anunció por tres veces a los apóstoles.
Y los dos discípulos protagonistas de la escena
evangélica, más o menos conscientes del verdadero contenido de aquello a lo que
se comprometen con su respuesta, se declaran decididos y dispuestos a compartir
plenamente el destino del Señor.
Era de esperar que la petición ambiciosa de Santiago y
Juan suscitase malestar e indignación en los condiscípulos.
Entonces Jesús vuelve a convocar a los Doce, los reúne en
torno a sí, y con bondad les ofrece y nos ofrece una enseñanza de gran
importancia sobre el significado de los roles en la comunidad cristiana y el
sentido verdadero de su muerte poco antes anunciada: “El hijo el hombre será
entregado a los sumos sacerdotes y a los escribas; se burlarán e él, lo
matarán... El Hijo del hombre ha venido para servir y dar su vida como rescate
por muchos” (vv. 33. 45).
Me suena con una interpelación particularmente fuerte la
afirmación de Jesús, al hablar del estilo de ejercicio de la autoridad por
parte de los jefes de las naciones. Se dirige directamente a los Apóstoles y
les dice, casi les ordena: “¡No va a ser así entre vosotros!”
El modelo que Jesús deja a los suyos y, en ellos, a
la Iglesia, es el de su propia vida, caracterizada por el servicio y la entrega
gratuitas. Los parámetros del mundo, contrarios a las Bienaventuranzas, están
basados en la carrera al poder y al dominio de los unos sobre los otros. Jesús
se muestra aquí firme y casi categórico: “¡Pero entre vosotros no va a ser
así!”
Todo camino que no sea el seguido por Jesús queda fuera
de opción para quienes quieran ser discípulos suyos, para su Iglesia. No se
trata, pues, de una opción de libre elección. El seguimiento de Cristo Jesús,
ser discípulos suyos, supone necesariamente una opción fundamental que es la
del servicio, la de la participación, no sólo en su misión, sino también en el
estilo de la misma.
Oramos la Palabra
a) De la Via
Humanitatis (Beato Santiago Alberione)
“Apóstoles,
en todo tiempo y lugar, anuncian al mundo la buena noticia; muchos hombres
acogen la palabra de la salvación; muchos otros permanecen indiferentes o
persiguen a los que la anuncian.
Te
bendigo, Maestro Divino,
porque me has dejado oír
tu
palabra de verdad.
Ella
me ha iluminado,
ha
suscitado en mí el arrepentimiento;
y me
ha llenado de confianza y amor.
Que
resuene en toda la tierra.
Haz
que los corazones sean dóciles a ella,
para
que produzcan el treinta, el sesenta,
o el
ciento por uno.
Prepara
los corazones, María,
y
obtén para ellos el Espíritu Santo”.
b) Salmo 32,4-5.18-19.20.22
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Ver también: Seguidores que sepan servir
Lectura orante de Marcos 10,35-45
Ver también: Seguidores que sepan servir